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28 de marzo de 2024

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Cara de ángel: El relato de venganza que estremece

El cuento Cara de ángel, de la autora Andrea Silvina Salazar, nos presenta una historia analizable desde la mirada de especialistas como Jung y sus discípulos. En el libro Encuentro con la sombra, el psicólogo John P. Conger explica que “En el estrato superficial el hombre normal es «reservado, educado, compasivo, responsable y consciente» pero este estrato de […] cooperación social no permanece en contacto con el núcleo biológico profundo de la personalidad. Existe un estrato repleto exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos y envidiosos que representan al «inconsciente», que permanece en las sombras, «lo que está reprimido”.

Todos los dioses están en nuestro cuerpo y también lo están todos los demonios.

                                                                                                       Heinrich Zimmer

Los niños aprenden pronto colocarse máscaras, a callar, a reprimir sus sentimientos, sus deseos, pero no por ello estas emociones dejan de existir sino que quedan guardadas; a veces al punto de que el mismo ser humano las desconoce; pero, en algún momento, suelen aparecer estimuladas por determinados hechos o circunstancias, como en esta historia.

Cuento: Cara de ángel

Olivia y yo éramos amigas, al menos eso pensaba yo, con mis once años. Olivia tenía rizos dorados y una cara de ángel: rasgos perfectos, cutis de porcelana, con un rosa casi mágico en las mejillas. Simplemente, hermosa. En cambio yo tenía algunos kilos de más, por lo que mi apariencia era como de una de esas muñecas de trapo, a las que le ponen un poco más de relleno. Mi madre decía que cuando crezca, perdería “esos kilos de más”, que me estaban empezando a molestar.

            Con Olivia compartía tardes enteras jugando; nos gustaba correr por el patio de mi casa, jugando a la mancha o a las escondidas. Ella vivía sólo a unas pocas cuadras de allí; mi madre y la suya eran amigas, así que cuando ellas se reunían a charlar, nosotras aprovechábamos para jugar. Los años pasaban y nuestra “amistad” parecía crecer al ritmo del paso del tiempo. Sin embargo, Olivia empezaba a hacer algunos comentarios que no me sonaban placenteros.

  • Jajaja, te gané otra vez. Eso es porque no corrés fuerte. Te cansás rápido …

Al principio, yo pensaba que me lo decía sin ninguna intención de molestarme.

  • ¡Dejá de comer! Parece que no has comido en años …

(Me miraba de una cierta forma, que yo no había advertido antes; en su cara se vislumbraba una especia de repulsión o asco, nunca supe qué era.)

  • Mirá lo gorda que estás que ya no entrás en nuestro escondite favorito …

“Nuestro escondite favorito”, tal como Olivia lo llamaba, era una heladera vieja y oxidada, tirada en el fondo de mi casa. La habían dejado allí cuando compraron otra nueva; y allí permanecía, sirviendo de guarida para nuestros juegos. Nos metíamos, entornábamos la puerta (sin cerrarla, por temor a no poder salir), y charlábamos por horas; a veces, era el escondite obligado cuando no sabíamos dónde refugiarnos de los gritos de mamá que nos llamaba …

El último comentario de Olivia despertó en mí un sentimiento raro, pero que a la vez era como que crecía más y más cuando la veía. Aquella tarde, vinieron como de costumbre. La invité para ir al fondo a jugar a las escondidas, también como de costumbre.

  • Yo cuento primero – le dije – después te toca a vos …
  • Dále – me respondió entusiasmada.
  • 1, 2, 3, … 20 …

Salí de recorrida, no estaba por ninguna parte. Empecé a llamarla, porque me asusté un poco. Entonces escuché su voz (también parecía asustada), que provenía del interior de la vieja heladera. Me acerqué despacio, tratando de no hacer ruidos: la puerta se había trabado por fuera. Una idea se me cruzó por la mente, y si … Seguí caminando, como si no oyera su voz entremezclada con llanto, que me llamaba. Miré hacia el cielo, suspiré y una sensación de alivio pareció invadirme. El cielo era más celeste que de costumbre y los rayos de sol me abrazaban. De pronto, me di cuenta de que aquella voz ronca de llanto y espanto, ya no se oía más. No sé cuánto tiempo pasó; perdí la cuenta. Entonces la voz de mi madre me trajo otra vez a la realidad.

  • Chicas, vengan, vengan …¿Y Olivia?, ¿dónde está Olivia?
  • No sé, mamá, estábamos jugando y ella desapareció, … – El horror se dibujó en la cara de mi madre.

Pasó un rato hasta que por fin se les ocurrió mirar adentro de la vieja heladera oxidada. Para ese entonces, Olivia era realmente un ángel y ya no estaba entre los vivos. Su cutis de porcelana tenía ahora un color violáceo azulado que parecía el de un fantasma. Entonces pensé que el paso del tiempo y aquella vieja heladera herrumbrada habían hecho justicia, y seguí comiendo un pedazo de torta que había sobrado de la hora de la merienda.

La autora

Andrea Silvina Salazar, nació en Concordia (Entre Ríos), bajo el signo de Acuario, el 29 de enero de 1968. Es profesora de Lengua y Literatura y profesora de Inglés; ejerce la docencia hace veinte años, en todos los niveles, Primario, Secundario y Terciario. Está estudiando Licenciatura en enseñanza de la Lectura y la Escritura para la Educación Primaria, en la UNIPE.

Actualmente, ejerce la docencia en el Nivel Secundario.

La publicación

Elizabeth Toribio compiló una serie de relatos bajo el título “Relatos cotidianos”.

Con la colaboración de Estudiantes de la Carrera de Edición, Escritores, Talleres Literarios y distintas personalidades e instituciones ligadas a la cultura y a las letras se lanzó ROI (Recepción de Obras Inéditas), un innovador proyecto que aspira a ser una plataforma dinámica de preselección colectiva, conectando autores independientes con editores independientes teniendo como objetivo evaluar una gran cantidad de obras para su publicación. En esta ocasión, la editorial Dunken fue la encargada de publicar el libro.

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