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30 de octubre de 2024

revistaalmas.com

Lee desde otra perspectiva

El estado emocional de los padres modifica el cerebro de los niños

La vida acelerada a la que llevó el avance de la tecnología de los últimos tiempos puede ser una de las causas que originan una población cada vez más enferma en el presente y seguramente en el futuro. Y todo parte desde el momento de la concepción, el nacimiento y la niñez. Los tres pilares de un buen desarrollo son la alimentación, la actividad física y la salud emocional. La mayoría de los padres presta atención a los dos primeros, pero diariamente olvida el último.

La patria del hombre son sus primeros seis años de vida.

La frase es de Enrique Rojas y hace alusión a las etapa más importante de la vida de una persona. Hoy en día, desde las discusiones hogareñas hasta los vaivenes económicos y sociales llevan a los adultos a perder el control. Olvidan mirar hacia abajo, donde un ser pequeñito está no solo viendo, también está compartiendo con el adulto toda esa descarga emocional adversa. Nace en la inseguridad, vive en el miedo, en la falta de atención y cariño. De allí crea fortalezas o corazas y se transforma en un adulto sumiso o violento.

La reconocida psiquiatra Marian Rojas Estapé advierte sobre este problema del cuidado emocional en varias conferencias y libros que ha publicado. Hay personas tan preocupadas por este tema que tratan de hacer llegar las palabras de esta psiquiatra a los padres jóvenes a través de los denominados reels de Instagram o Tik Tok, porque son breves y tratan de atrapar la atención del mundo súper acelerado de hoy.  

Explica Rojas Estapé que los niños de 0 a 2 años no tienen memoria como los adultos, pero tienen algo más importante a cuidar como un tesoro: la memoria emocional. En el niño hay un centro en el cerebro que se llama la amígdala cerebral que capta exactamente cómo se sienten las dos personas que más lo quieren y cómo se sienten entre ellos. Se ha visto a través de un estudio realizado por medio de resonancias, en una universidad de Nueva York, que si un bebé está durmiendo mientras los padres están discutiendo en la habitación de al lado, el pequeño segrega la hormona del estrés y del cortisol. Por otro lado, se ha observado que, si los niños escuchan a sus padres o las personas encargadas de cuidarlos, cantarse, hablarse suavemente y decirse cosas bonitas, los niños segregan dopamina y serotonina, las hormonas del bienestar y la felicidad.

Cuando los niños pequeños son felices su cerebro segrega dopamina y serotonina lo que les permite un mejor desarrollo a lo largo de su vida.

Es necesario que los tutores conozcan cada etapa del desarrollo cerebral del niño ya que cuidarlas es básico para la evolución emocional y la buena salud de todo ser humano.

Un error común es ver la niñez de los hijos desde la propia niñez, la del adulto, cuando los tiempos actuales son otros. La pregunta que nunca debería ser el modelo de crianza: “¿Que viví yo que no quiero que viva mi hijo?”. O la frase: “Quiero que viva y disfrute lo mismo que yo en mi infancia”. No solo es otro tiempo, es otro contexto, ese niño tiene otros padres, y seguramente lo que un adulto vivió de forma negativa fue el resultado de un padre que no contempló a su hijo, no solo desde una postura empática, sino desde la falta de conocimiento de la edad evolutiva.

La pregunta debería ser: ¿Qué hago yo hoy en cada etapa de la vida de ese niño para que logre gestionar sus emociones y viva su propia niñez?; ¿Conozco cómo ve su entorno un niño de esta edad?.  Basta preguntarle a un maestro cuántas veces los padres demoran en llegar a buscar a los niños a la salida del jardín. Quizás los pequeños no lo manifiesten, pero el grado de angustia que sienten, muy pocos lo saben. Por un lado, porque la mayoría de los padres que lo hacen, no lo vivieron y, por otro lado, no saben que los niños tienen una percepción del tiempo muy diferente a la de los adultos (o no lo recuerdan).  La infancia va sucediéndose en forma evolutiva, y hay momentos clave que no pueden tratarse de la misma manera.

Además, los adultos son espejos donde cada niño se mira al actuar y todo lo que podemos hacer es, hasta la adolescencia, no dejar de pensar en: “él sabe cómo me siento, él me mira y toma el ejemplo”. Y de nada sirve decirle: “No hagas lo que yo hago”.  Por eso es interesante analizar la conducta de los hijos para ver el ejemplo que está recibiendo de los que lo rodean. La vida sin vivir que existe hoy, donde todo es prisa y distracción, donde se ha quintuplicado la ansiedad, donde todo debe ser inmediatez, donde se reemplaza la atención de calidad y el amor de los padres por los objetos materiales, finalmente decanta en todo tipo de trastornos porque casi nadie mira a los niños.

No es por casualidad los chicos adoren visitar a sus abuelas, personas que a una cierta altura de la vida valoran las pequeñas cosas, disfrutan más el momento y sobre todo la paz en cada ambiente donde están. Esto es porque la felicidad se siente a través del amor y el trabajo. Y son dos cosas que no se logran en forma acelerada, por el contrario, llegan con el tiempo y la dedicación. Los nietos lo perciben y lo disfrutan intensamente porque su vida y su memoria son esencialmente emocionales.

Una materia obligada que deberían estudiar los padres es el desarrollo evolutivo de un niño. Y no hay excusas. Internet tiene los mejores autores puestos a disposición de los progenitores en forma gratuita.

Es difícil encontrarse con un padre o madre que, de manera voluntaria, quiera destruir emocionalmente a su hijo. La mayor parte de las veces detrás de un tóxico o maltratador hay una personalidad enferma, inmadura, herida o sencillamente incapaz de transmitir afecto de forma sana. Pero ese es otro tema. En este caso el mensaje es para aquellos padres que creen estar haciendo lo mejor cuando quizás podrían hacer algo más.