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30 de octubre de 2024

revistaalmas.com

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Viejo e inolvidable “almacén de ramos generales”

El paso del tiempo no pudo con él…

El “Almacén de Ramos Generales” se denominaba así por la multiplicidad de rubros que abarcaba; también se lo conocía como “Almacén de Campo”, por su ubicación en áreas rurales, o “Pulpería”. Se trataba de una tienda que se constituía en el punto de reunión de los vecinos del ámbito rural. Allí, además de adquirir todos los productos necesarios para el sustento de la familia, se tomaban bebidas y se efectuaban juegos de naipes. Era un espacio de recreación, donde se debatían cuestiones políticas y donde también solían circular rumores y chimentos.

Imagen pictórica que refleja un hábito de otras épocas, una copa, las cartas y el compartir gratos momentos. (En Almacén “Don Leandro”, Colonia Hocker).

Sus viejos edificios son testigos de historias y relatos, reales algunos, legendarios otros, y que han sido rescatados por la memoria colectiva y se han ido transmitiendo a las nuevas generaciones, y a todo visitante de esas regiones. En nuestro país, aún hoy descubrimos varios de ellos en colonias y poblados pequeños, que con todo su bagaje forman parte de un patrimonio cultural, que merece ser conservado y reconocido.

En esta oportunidad, vamos a contarles qué actividades realizan actualmente los almacenes de campo. Nos ocupamos del Almacén “Don Leandro”, ubicado en Colonia Hocker; y en una próxima entrega, del “Almacén Francou”, en la vecina Colonia “El Carmen”.

“Don Leandro”

Antiguo Almacén perteneciente a la Familia Pralong que ofrece su gastronomía, sus productos regionales y su rica historia inmigrante.

El Almacén “Don Leandro”, en la bella Colonia Hocker, es atendido por sus dueños, Graciela y Leandro, quienes con calidez dan la bienvenida al visitante en el ingreso al local. Abre sus puertas solo los fines de semana, los días sábados y domingos, entre las 11,30 y las 16,30 horas. Sugieren ellos que no es conveniente concurrir sin reserva previa.

Antiguo carro que guardará celosamente miles de anécdotas de tiempos en que era el único medio de transporte en estos sitios. (En Almacén “Don Leandro”).

Al ingresar, un viaje a través del tiempo nos hace imaginar a hombres y mujeres, en sulky o a caballo, provenientes quizás de remotos lugares, hijos de una historia que cargaban sobre sus hombros, que concebían la vida en función de trabajo, esfuerzo y empeño por mejorar día a día, y que seguro con alegría se acercaban para equiparse de todo lo necesario para sostener el hogar.

Aromas y sabores como los de la abuela…

Observamos el salón de ingreso, con estantería en madera, que expone todos los productos que, con esmero y dedicación, elaboran ellos para su posterior comercialización. Se trata de escabeches, mermeladas frutales, miel, dulce de leche, alfajores, vinos y licores, todos en sus respectivos envases con formas y tamaños que se adecuan a su fabricación casera.

Presentación de los productos regionales; completan la ambientación viejos elementos de cocina, que aún sobreviven
y nos remontan a una época memorable.

Su historia de lucha y superación

Carina Pralong, hija de Graciela y Leandro, nos refiere, con gentileza y entusiasmo, la historia del almacén, que tiene alrededor de 50 años, que fue fundado por sus padres ni bien se casaron. Durante muchos años, casi la mitad de su existencia, funcionó como almacén de campo, una despensa que proveía de todo lo indispensable para la vida cotidiana a los lugareños; con un bar de copas donde la gente se acercaba a beber un vino, a jugar un truco, a distraerse y socializar.

Fachada del Almacén “Don Leandro”, que en la contemporaneidad no pierde elementos propios de una época.

Con todo lo que estos negocios significaban en los poblados, el progreso también les acarreó determinados obstáculos, ya que, al tener los vecinos su propia movilidad, podían trasladarse a los supermercados a comprar la mercadería que durante tantos años les había suministrado el almacén. Obviamente aquí los productos eran más caros, y por ello estas tiendas iban desapareciendo.

            A punto de cerrar por la situación antes descripta, hacia el año 1998, la familia analizó nuevas propuestas. Nos contaba Carina que ella había observado en Europa el ejemplo del turismo rural, y a este nuevo emprendimiento apostaron. Se trataba de algo bastante osado para esos años en los que aún no había sido la zona explotada turísticamente, no estaban las termas en la ciudad de Villa Elisa (a solo 12 km de Hocker), y la gente no estaba habituada a encontrarse con personas extrañas a la colonia; por esto, temían que algo desagradable pudiera pasarles, como robos, asaltos. Hasta que paulatinamente fueron entendiendo que se trataba de un proyecto viable y redituable.

En los inicios, se organizaban cabalgatas, paseos en sulky, recorridos hasta el Arroyo Mármol, tareas atractivas para quienes procedían de la ciudad, puesto que se trataba de experiencias completamente desconocidas y llamativas para ellos. Fogones, picadas tradicionales, alternativas todas que inmediatamente los cautivaban.

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La picada de campo, una tabla con fiambres, quesos, pan, maníes y algunas verduras; una delicia vigente siempre.

Posteriormente –nos manifiesta Carina- la empresa familiar se volcó a la gastronomía, con recetas tradicionales, que se relacionan con la historia de los inmigrantes, suizos, franceses, piamonteses, valesanos, saboyanos, con quienes tienen un contacto constante y reciben frecuentemente sus visitas.

Uno de los espacios que funciona como comedor, con predominio de la madera, que otorga ese toque artesanal que fusiona sencillez, belleza y armonía.

Uno de los espacios que funciona como comedor, con predominio de la madera, que otorga ese toque artesanal que fusiona sencillez, belleza y armonía.

Los antecesores de la familia supieron transmitirles costumbres, recetas, vocablos, que permanecen en las familias y que, muchas veces, despiertan la curiosidad de los turistas, por lo que ellos refieren todo esto que forma parte de la riqueza cultural, ese preciado e insustituible legado de sus antepasados, que con firmeza y tenacidad trabajaron día a día para forjar el futuro de su familia, de la colonia, y de la sociedad que crecía y se sobreponía a cuantos impedimentos se cruzaban en su camino.

Copa “Don Leandro”, el postre particular de la casa: postre brownie, licor, dulce de leche, helado de crema y salsa de chocolate.

Una ambientación que responde a las particularidades del almacén

Entre los elementos expuestos, descubrimos la imagen decorativa, de artesanía en madera, de dos personajes típicos de una época, un gaucho y una china, debidamente caracterizados, que sonriente se suman al entorno tan peculiar del lugar, como si estuvieran invitando al deleite de tantos manjares.

Estampa de un gaucho y una china, en actitud de disfrute del lugar y sus productos.

Posee hoy el almacén varias dependencias, con amplios espacios que funcionan como comedores, donde se ubican los visitantes dispuestos a saborear exquisitos platos caseros, entre ellos asado, pastas, las tradicionales picadas de campo, y los tentadores postres. Y hacia el fondo, un enorme patio, con la clásica parra, que durante tanto tiempo ha engalanado estos lugares y ha regalado generosamente sus frutos y su sombra; exhibe también  elementos de labranza, propios del mundo agropecuario, que aún persiste en la colonia.

El patio, con su histórica parra, variada vegetación, bancos en madera, antiguos carros y herramientas del ámbito agrícolo-ganadero
Un cartel y una enseñanza, que bien puede ser uno de los eslóganes de este destacado lugar, y conforma un eslabón más de la cadena cultural de Colonia Hocker.

Almacén “Don Leandro”, hoy convertido en este emprendimiento gastronómico, un ejemplo de vida que estas generaciones aprendieron de sus antepasados y supieron poner en práctica, cuando ellos también debieron atravesar problemáticas tan complejas, pero que no lograron hacerlos declinar; contrariamente, los fortalecieron y les brindaron la oportunidad de llevar a cabo nuevos proyectos.

Texto y fotografías: Prof. Nélida Claudina Delfin.