Escritor, poeta, músico, nacido en Rosario del Tala, Edgard Monteañares tiene un recorrido intelectual intenso, con participaciones en el país y en el exterior, en bibliotecas, teatros y festivales varios.
Ha reunido su obra poética en varios libros, entre los cuales se destaca “Cantos del largo sentir”, que ha sido publicado por la Editorial de Entre Ríos en el año 1998. En estos versos, Monteañares le canta a su tierra, a su amada Entre Ríos, a su gente, con toda la nostalgia que lo invade, como suele suceder con quien ha tenido que dejar el terruño y desde lejanos sitios le rinde homenaje, con su poesía, con su canto, con cuanta manifestación artística pueda hacerlo, porque la visita de la inspiración es más frecuente cuando el alma humana reclama por aquellos amados lugares.
Tomamos algunos versos de la mencionada obra en la que paisaje y subjetividad se fusionan y dan vida a una elevada producción literaria. El canto de las aves, el susurro del viento, el verde de las plantaciones, la perseverancia de los “hombres de estas tierras”, como así también la excelencia en la obra de colegas y amigos, le brindan al artista todas las posibilidades de expresarse desde lo más profundo de su ser.
“Hombres de estas tierras”, un poema que refleja los sueños de aquellos trabajadores de oficios que no son fáciles de desarrollar en una realidad que muchas veces les resulta adversa. El Hachero, el Pescador, el Herrero, nombrados casi todos con letra mayúscula, quizás para demostrar la significatividad de la tarea, y del esfuerzo enorme de esos hombres que la concretan, desde siempre, como si hubiesen nacido para desarrollar solamente eso, sin considerar otras posibilidades para su vida.
Hombres de estas tierras
Para Renato Bella
Yo no le canto a cualquiera
Mi canto no es gobernado;
Le canto al Hachero Juan
Ese del monte cerrado,
Ese que no fue a la escuela
Porque nació con las manos,
Juntas al cabo de un hacha
Prolongación de sus brazos.
Canto a Pedro Pescador
El que todas las mañanas,
Sin importarle si llueve,
Hace frío o hay escarcha,
Con su canoa de pobre
Corta viento y marejadas,
Tejiendo un sueño en el aire
Mezcla de pez y distancia.
También canto para Diego
Alambrador de esos montes;
Hombre de la tierra arisca
Amigo de los terrones.
Su tierra al final de cuentas
(sostén para el pobre-pobre)
Aunque digan lo contrario
Papeletas y patrones.
Le canto al Herrero Carlos
Que con martillo y tenazas,
Quiso aprisionar un sueño
Desvelado en horas largas
Y lo fundió lentamente
Entre el calor de la fragua.
Para ese no aprontó el yunque
Dejó que muera en las brazas.
Siempre el sueño de los pobres
Es pelechito de chala:
Cualquier brasita lo enciende,
Cualquier llovizna lo apaga.
La nostalgia es una constante en la literatura de provincias, cuando las infancias eran a puro campo, en contacto permanente con la naturaleza; todos sus sonidos se guardaban y luego, en la juventud y en la adultez, se hacían poesía. “Nada es igual” expone dos tiempos, el adulto que busca el paisaje de su niñez, que se ha ido, al igual que esa etapa de brillo y alegría, que tampoco regresa.
Un homenaje a Juan Laurentino Ortiz, luego de su fallecimiento, la poesía “A Juanele” lleva en el título el apodo con el que se lo conocía al gran poeta gualeyo. Se pregunta Monteañares por su canto melancólico y hace una alusión al declive de la metáfora, dada la ausencia de Juanele. Todo el poema es una invocación, un ruego casi, para que prosiga con su obra, y un final con esa tan peculiar manera de conceptualizar la muerte como “un poema mal escrito”, como si la calidad poética se esfumara con el monumental poeta que a los 82 años, en el año 1978, había dejado de existir.
“Anda un canto”, elegimos este poema que nos muestra otro rumbo en la producción poética de Monteañares, ya que deja un instante la delicada descripción del paisaje, y se sumerge en ese canto muchas veces desestimado pero que tanto por expresar tiene, el canto de la gente, de esa gente que lucha por ser escuchada, porque también tiene mucho por decir, y quiere hacerlo libremente.
“Monte mío”, el último poema de la antología “Cantos del largo sentir”, asoma en él la idea de un definitivo final, y revela allí su anhelo de permanecer en esa naturaleza, incorporado eternamente en ella.
El ceibo, su esplendor, su relevancia, su mítica, determinan su aparición en la poesía de cada rincón de Entre Ríos.
Finalizamos este efímero recorrido por la obra literaria de Edgard Monteañares, un poeta que Rosario del Tala presenta con orgullo, que incansablemente transita la geografía de su provincia, y la de otros espacios, donde su voz y su pluma se dejan llevar por esos duendes, que pícaramente aparecen y desaparecen, en los montes, en los arroyos, en las riberas de los ríos, entre sauzales y ceibales, en comunión con el trinar del colibrí y el canto del grillo, lo sumergen en ese inefable mundo mágico que hace brotar coplas y canciones.
Texto y fotografía: Prof. Nélida Claudina Delfín
Cuando la nostalgia es la Musa inspiradora… Notable artículo. ¡Felicitaciones!
¡Gracias por acercarme a este poeta y su arte, Revista Almas y Prof. Claudina Delfín!
Cuánta poesía…. bellísimo!!..cuántos poetas q no se conocen y son de nuestra tierra..
Porq no se leen estás cosas en las escuelas (pienso en vos alta)