En la primavera de 1942, la Policía Federal allanó el altillo en el pasaba sus días. El acta policial sentenció: “Afectado por alienación mental”. De allí fue trasladado a Villa Devoto y luego al Instituto Neuropsiquiátrico José T. Borda, donde permaneció hasta el día de su muerte. Según los médicos padecía de una “psicosis distímica”.
Canto del cisne
Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!
De Molino rojo (1926).
Fijman buscaba dos palabras que unidas representaran “esos estados del alma” donde habitan los fantasmas, el espanto de su internación dentro del hospicio y la abominable postración de un hombre.
Un inmigrante
Jacobo Fijman nació en Besarabia (Rumania). Cuatro años más tarde sus padres emigraron a la Argentina. “Recuerdo que desde niño me llamaban ‘el poeta’. Mi cuerpo desde muy pequeño se acostumbró a alimentarse del dolor. -manifestó en algún momento el autor.
– “Esa cara tan extraña, mezcla de locura y sutileza recóndita, de demoniaco y angélico, esa demencia extraña que está casi al borde de la lucidez absoluta” (Abelardo Castillo)
Escribió y pintó para echar a patadas a todos esos animales que reían en su cabeza y no lo dejaban dormir.
Vivía en la más absoluta miseria y la mayoría de los amigos de su generación lo habían abandonado. Dentro del neuropsiquiátrico fue ultrajado. El poeta contó: “Me aplicaron electroshock. Se ve que querían sacarme la enfermedad del cuerpo” A pesar del estado de quietud mental al que lo sometieron, desplegó su gran inventiva en poemas sacros y dibujos en pastel.
Dedicó la mayor parte de los días al estudio de los teólogos antiguos y a la lectura de otras disciplinas. Era un sabio en matemática, filosofía, música clásica, griego, latín y religión. También era poeta, pintor, músico, traductor y periodista. Había frecuentado a Macedonio, a Oliverio Girondo y a los martinfierristas, y en París, a los poetas surrealistas Breton y Artaud. Escribió y pintó para echar a patadas a todos esos animales que reían en su cabeza y no lo dejaban dormir.
Leopoldo Marechal lo incluyó en su mítico libro, Adán Buenosayres
En el año 1948 Leopoldo Marechal lo incluyó junto al pintor Xul Solar (Alejandro Schulz Solari) y al escritor Macedonio Fernández en su mítico libro, Adán Buenosayres. Aquel extraño habitante de la noche parisina que volvía de sus caminatas con una crónica inusual sobre algún aspecto de la ciudad, era ahora Samuel Tesler, un personaje crecido en la fealdad y la sabiduría.
No tenía amigos ni refugios. Todos lo habían olvidado y sabían perfectamente que estaba loco. Que vivía apasionadamente su amor por la Virgen María y que por la noche conversaba con ángeles y demonios.
A partir de 1968, la vida del viejo poeta quedó marcada por la presencia del escritor y abogado Vicente Zito Lema, quien después de una extensa lucha fue nombrado curador de Fijman, cargo que le permitió llevarlo a vivir a su casa los fines de semana. En 1969 un grupo de personas, encabezadas por el tutor del poeta, editó la revista Talismán dedicada a Fijman. A mediados de ese año aparecieron sus últimas notas escritas en la revista Extra, propiedad del periodista Bernardo Neustadt.
Su profundo delirio místico y su fatigado cuerpo lo habían alejado de la realidad. Un día decidió reencontrarse con los ángeles y los pájaros, con los que tanto había hablado. Tenía setenta y dos años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más. “Poeta”, Jacobo Fijman: así lo registran las necrológicas de los diarios del 1 de diciembre de 1970.
Tres libros
La obra de Jacobo Fijman está comprimida en tres libros. El primero, Molino Rojo (Editorial INCA, 1926) refleja la locura y el sometimiento vivido en el neuropsiquiátrico. Hecho de Estampa ( Manuel Gleyzer, 1929) marca la influencia de surrealistas, la cercanía a la religión y el temor a la muerte. Por último, Estrella de la mañana (Edit. Número, 1931) plasma su absoluta redención a Dios y su profundo delirio místico. Los tres libros fueron compilados en el año 1983 por la Torre Abolida bajo el titulo Jacobo Fijman, Obra Poética.
En Hecho de Estampa la búsqueda del encuentro con la divinidad
Poema VI
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos (2005,126).
En este Poema VI del libro Hecho de estampas, el hablante lírico quedará identificado como sujeto deseante que busca, oscilante, a través de la noche y el desasimiento material, el encuentro con la divinidad.
Aquí el hablante lírico —que oscila, como en tantos otros poemas de Fijman, entre el yo y el nosotros— reconoce, en su voz, los últimos resabios de humanidad e individualidad (“que aún guarda mi nombre”) que le impiden conocer lo real (“pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas”). Podría pensarse que todavía se halla en el trance (“lejos de mi voz y el mundo”) de purificación (“vestidos de humedades blancas”) que le permita liberarse de su humanidad —percibida como una carga indeseable o un obstáculo (“Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos”)— para acceder a lo ultraterreno, expectativa que se refuerza en el penúltimo verso.
En Estrella de la mañana, donde mejor se plasma el lenguaje simbólico fijmaniano.
I
Los ojos mueren en la alegría de la visión desnuda de carne y de palabras,
en la tierra desnuda y en el cielo desnudo,
en el día desnudo y en la noche desnuda bajo los cielos todo crecidos.
Es demasiado bella la noche de oro de muros y banderas luminosas.
Corremos en la noche de plata bajo la noche de oro.
Tierra desnuda, tierra perfecta, cielo desnudo, cielo perfecto.
Voces desnudas de la voz eterna.
En la noche de oro nos llaman las campanas, y oímos el vuelo de las palomas desde la noche de plata bajo la noche de oro (2005,141)
Aquí todo lo humano (“ojos”, “carne”, “palabras”) es abandonado (“los ojos mueren”, “visión desnuda de carne y de palabras”) en busca de la iluminación, de esa “noche de oro”, símbolo cardinal que condensa la muerte de lo sensible como acceso a lo trascendente. Las estructuras paralelas “tierra desnuda, tierra perfecta” y “cielo desnudo, cielo perfecto” acentúan la identificación de la desnudez, el despojamiento, con lo perfecto, lo esencial. El nosotros aparece en tránsito (“corremos”), en una instancia inferior (“en la noche de plata”) pero con rumbo a una superior (“bajo la noche de oro”), que es su meta. Las otras acciones del nosotros están en relación con dos símbolos que señalan la cercanía de lo trascendente (es llamado por las campanas y oye el vuelo de las palomas).
Bibliografía:
Leonardo Iglesias-Gabriel Zuzek , revistamensual de libros y cultura LEA, Año 2, Nº 14. 2001
Muy interesante…