Recorriendo pueblos y colonias
Permanecimos absortos ante la grandiosidad del paisaje que Clodomiro Ledesma nos regalaba. Un pequeño poblado que había nacido, como tantos otros, alrededor de la estación del ferrocarril, la que en cada sitio de nuestro país había tejido miles de historias, la que despertaba alegría, curiosidad, desazón, y tantas sensaciones en sus pobladores ante la llegada del tren, y su partida. Una máquina que se anunciaba a la distancia y que lograba que muchos corazones se agitaran al menos una vez al día, y sacara de la rutina a niños y grandes.
Visitar ese mágico recinto es el rito sagrado de cada recorrido por los diferentes pueblos y colonias de nuestra zona, reflejo permanente del paso del tiempo, recuerdos de tiempos de bienvenidas y despedidas. En algunos lugares ha sido transformado en oficina pública, en centro cultural o deportivo, o lo que fuere; sin embargo, en este pequeño pueblo, abandono, polvo y rieles gastados son las huellas del transitar de ese gigante, conformado por una locomotora y varios vagones, cargados de sentimientos, de sueños, de proyectos.
Ahí solo estaban las ruinas del antiguo edificio, lo que hizo que la nostalgia de ese instante se convirtiera en una amargura comparable a la de un niño al que se le ha roto o desaparecido un preciado juguete. Porque para las personas de nuestra generación, el ferrocarril es la infancia, los abuelos, la llegada de los primos, la alegría, el correteo, la ilusión y la espera.
La entrañable estación de trenes
Nuestras posteriores investigaciones nos indicaron que se había tratado de un incendio, que había apresurado su destrucción, y nos privó de esos rastros tan significativos, por todo lo que antes habíamos vivido en estaciones de otros sitios y en otros tiempos. Solo permanecen allí la fachada y las paredes de una habitación, la que pudo haber sido su boletería.
Hacia el fondo, un monumental bosque de eucaliptos fusionaba su verdor con el cielo azul intenso, diáfano, de aquella tarde invernal. Y al costado, erguido, resistiendo implacable al paso del tiempo, “Clodomiro Ledesma”, el viejo cartel con que la entidad ferroviaria orgullosamente identificaba la localidad. Imposible no posar altivos para que alguien nos tomara junto a él una fotografía que nos permitiera registrar aquella reliquia con la que antes el ferrocarril anunciaba el nombre del paraje.
Una senda y un destino
Seguimos caminando, y entre el inmemorial edificio y la arboleda, un camino angosto, obligado probablemente para tantos transeúntes, colmado de quién sabe cuántas anécdotas, reales, imaginadas, conducía a campos y quintas que componían el lugar.
La naturaleza y un marco paisajístico peculiar
De vuelta hacia el área poblada, la gentil naturaleza nos regalaba árboles frutales, floridos jardines, que con certeza brillaban aún más por la abnegada tarea de cuidado y protección de mujeres dedicadas a cumplir una misión dentro de su hogar y su familia.
Sobre el camino de la calle que consideramos la principal, un caballo blanco, con total disimulo, espiaba nuestro andar; contrariamente, dos terneros se mostraban totalmente indiferentes y ajenos a nuestra presencia. Una calandria, sobre las ramas más altas del árbol que había elegido para posar, quizás porque la presencia del ser humano le generaba cierta desconfianza; y sobre un palo que conformaba un alambrado, la viudita blanca, o monjita blanca, ufana, desafiante casi al disparo de la cámara fotográfica.
Una vida en Clodomiro Ledesma
Avanzamos, hasta que complacidos nos encontramos con un lugareño, que soberbiamente lucía canas y arrugas y se jactaba de haber vivido allí durante toda su existencia. Con la incondicional compañía de su pequeño perro, nos habló de sus animales y de sus tareas campestres, de temporales y adversidades, que supo contrarrestar siempre a través de la lucha, de la perseverancia, de ese constante compromiso que manifiestan, en pensamientos, en frases y en acciones, aquellos que han caminado siempre detrás de un objetivo, de un proyecto para su vida y la de sus sucesores, y que jamás concebían la idea de rendirse ni disminuían su empeño y sacrificio.
Sublimes instituciones
Y por último, dos templos, el de la fe, la oración y la religiosidad, la capilla “Inmaculado Corazón de María Santísima”; y el de la ciencia y el conocimiento, la Escuela N° 24, “El Escondido”, pintoresca, prolija, con un verde intenso, que asociamos a la esperanza allí depositada en los niños del poblado, que hoy reciben herramientas para que, adultos mañana, puedan prolongar la obra de padres y abuelos, ahí, o en otro espacio donde la vida les permita forjar su futuro.
Dejamos el lugar con la convicción de haber hecho una buena elección cuando decidimos conocerlo; rebosante y agradecida el alma, con la promesa de un regreso, cuanto antes.
Texto y fotografía: Prof. Nélida Claudina Delfín
Hermoso pueblo. Donde todavía se deja todo abierto, lugar de encuentro y amistad, y sinónimo de tranquilidad. Con su hermoso arroyo rural, fañoso x sus bailes al aire libre. Muy buena nota periodistica.
Gracias por compartir este hermoso artículo. Cuánta belleza tenemos en nuestros pueblos.
Muy agradecida con tu envio querida Sonia..
SOS lo mas@@@ tkmmm
Muy interesante!!!
Éxitos suerte
Afectuosamente
Víoleta Bastián