Dentro de los Objetivos propuestos por los Estados miembros de las Naciones Unidas en su reunión cumbre para el Desarrollo Sostenible llevada a cabo en septiembre de 2015 se expresa: Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
La educación es un derecho humano fundamental, pero pareciera que solo queda escrito en los papeles cuando se observa que en pleno Siglo XXI cada vez hay más analfabetos, más jóvenes sin oportunidades de insertarse en el mundo económico, nótese que no decimos laboral porque esto implica conseguir un trabajo y la tendencia mundial apunta a cada uno cree su fuente de ingresos. La educación desde hace años quedó en el túnel del tiempo, intenta por un lado que los chicos adquieran cultura general pero por otro no orienta a ningún estudiante para que identifique cuáles sus propios talentos, los desarrolle y pueda no solo ganarse la vida sino también ser feliz.
Pero lo peor no solo es lo que se describe en el párrafo anterior, lo casi lapidario para los niños empezó hace tiempo cuando la escuela hizo una ensalada rusa de métodos con los que nadie aprendió nada. Hace unos 25 años empezaron a observar que a muchos chicos les costaba leer, entonces se determinó que el problema era el método y comenzaron a desprestigiarlo. Recordemos que antes de esa fecha quien pasaba por la escuela aprendía a leer, aunque fuese de forma incompleta. Las crisis económicas y la aparición de una sociedad de consumo principalmente de productos tecnológicos, entre muchos otros factores, hicieron que aumentaran las problemáticas sociales y por ende familiares. La necesidad de los padres de salir a buscar distintas formas de supervivencia generó que muchos niños quedaran solos, en otros casos el daño en el tejido social provocó desnutrición o deficiencia en la alimentación infantil lo que tuvo su resultado en las dificultades de atención y aprendizaje. Se sumaron los conflictos emocionales, la falta continuidad en la asistencia a clases, la violencia, entre otras consecuencias que sería extenso de nombrar. Pero pese a este contexto, que evidentemente lo emocional marcaba la diferencia, la escuela insistió una y otra vez en cambios y más cambios de métodos sin hacer una evaluación seria y responsable del contexto de aprendizaje. El resultado está a la vista: tanto los que sufrieron las consecuencias de las crisis como los que tuvieron una contención afectiva y familiar normal, tienen problemas para leer en forma corriente y comprensiva. Solo se salvan algunos a quienes los padres en sus hogares se toman el trabajo de enseñarles a leer a los cinco o seis años. Entonces sería hora de que dejen de buscar métodos y empiecen a centrarse en enseñar reconociendo como fundamental el contexto emocional.
Un joven de 17 o 18 años cuando termina su educación secundaria debe tener todas las herramientas no solo culturales sino, y principalmente emocionales para progresar en la vida.
También, sería positivo que en vez de solo escribir sobre derechos humanos en Educación, se propongan llevar a la práctica acciones concretas por medio de las que se cumplan esos tan ansiados derechos y que corrijan este rumbo tan desacertado.
Ahora, como si esta tragedia educativa no alcanzara, una pandemia y otro golpe a los más vulnerables, a los que no tienen nada. La inoperancia de quienes deben tomar las riendas de esta situación desesperante se quedaron en una eterna cuarentena. Cuando a la pobreza se le suma la falta de educación el resultado es la miseria, y al ser humano que está en este estado es fácil de convencer, de comprar, de amenazar, de asustar, de convertirlo en un animal doméstico y obediente.
La educación hace cien años era el motor del progreso de cualquier pueblo que se fundara.
El monumento en un pequeño pueblo de Villa Elisa reconoce a los maestros que hicieron historia y quedaron en la memoria de los viejos pobladores.
El valor de la educación hace cien años estaba relacionada con el progreso, la cultura, los valores de cualquier barrio, pueblo, ciudad, provincia o país en Latinoamérica. Con los años y producto del abandono de las políticas públicas relacionadas con la educación sabemos que la escuela no prepara en ninguno de esos aspectos.
Los primeros educadores naturales son los padres y abuelos.
Marcas de la primera infancia
Está estudiado por reconocidos psicólogos y pedagogos que desde el nacimiento cada niño recibe desde que nace ( y en algunos casos antes, porque los niños oyen desde el vientre materno) estímulos tanto positivos como negativos que determinan conductas para toda la vida.
Cuando las improntas de la niñez dejan huellas de dolor
Si preguntamos a muchos adultos de alguna vivencia de su vida escolar quizás nos podamos encontrar con relatos que parecerán increíbles sobre humillaciones, abusos y otros hechos que dejaron huellas profundas en nuestra impronta emocional. También por supuesto recuerdos geniales de aquellos docentes que llenaron de energía y potencia a sus estudiantes para salir adelante en la vida.
Cuando se educa desde lo emocional , principalmente cuando lo hacen los padres pueden generar un futuro para sus hijos lleno de éxitos o con permanentes fracasos. Porque en la vida nuestro inconsciente decide más por lo que aprendió de niño que por lo que sabe de adulto y desea poner en práctica.
Historias reales: Orejas de burro
Cuando mi hermano menor iba a primer grado, si en su curso había algún chico que no sabía una respuesta la maestra lo hacía parar al lado del banco y , a coro con todos los demás niños, le cantaban: “No sabe, no sabe y lo tiene que aprender, oreja de burro le vamos a poner”. Al resto de los niños les parecía divertido; pero seguramente ese niño jamás contaba semejante humillación en su casa y tampoco se la habrá olvidado por el resto de su vida. Es más, habrá tomado decisiones teniendo en cuenta o creyendo que realmente era un burro. Por eso tan importante que los padres estén atentos a lo que viven sus hijos en la escuela y sobre todo a bregar porque sus hijos tengan buenos docentes. Porque un buen docente jamás humilla a un niño o a un joven.
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