Nacido en la ciudad de Nogoyá, en el año 1955, escritor de prolífica trayectoria, Juan Manuel Alfaro incursionó en la poesía, el cuento, la biografía y la compilación. En este último género difundió la obra de varios autores entrerrianos, entre las que sobresale la recopilación de la obra de Héctor Deut, en el libro que tituló “El gozo y la elegía”.
Transcurrió su infancia en la localidad de Algarrobitos, ubicada en el área rural del departamento. Realizó en su ciudad natal sus estudios primarios y secundarios. Innumerables imágenes guardó para siempre el poeta de ese mágico lugar, que tiempo después aparecieron reflejadas en su poesía.
Cursó el escritor más tarde el Profesorado de Castellano, Literatura y Latín, en Paraná, ciudad en la que residió desde 1976 hasta su fallecimiento, en febrero del presente año. Se desempeñó como docente por algunos años, y como empleado bancario.
Obtuvo a lo largo de su carrera varios reconocimientos, entre ellos, en dos oportunidades, el Premio Fray Mocho, categoría Cuento en 1998, y Poesía en 2002. Se trata de la mayor distinción que otorga el Gobierno de Entre Ríos, con una convocatoria de distintos géneros en cada edición; y pueden participar personas nacidas en la provincia, en otras provincias del país, y argentinos naturalizados.
José Seferino Álvarez, más conocido como “Fray Mocho”, escritor de amplia trayectoria, nacido en Gualeguaychú en 1858. En homenaje a su obra, el premio literario más importante de la provincia lleva su nombre.
Numerosos periódicos le rindieron homenaje a Juan Manuel Alfaro el día de su muerte, repasaron su trayectoria y publicaron algún texto de su vasta producción; pero no solo reconocieron la excelencia de su obra, sino también la hombría de bien, la rectitud, la humildad, valores que embellecían su persona.
Una semana antes de su deceso, durante la presentación de su último libro “Vecindades”, fue designado Personalidad Destacada, por la Municipalidad de Paraná.
Compartimos algunas de sus poesías, reunidas en el libro “Sonetos”, junto a una selección de estas composiciones poéticas del poeta paranaense Julio Federik.
Una niñez a puro campo queda plasmada en la poesía “A cielo y cielo”, donde resplandece una naturaleza plena, costumbres de época, como lo era la celebración pagana de la quema de muñecos en noches de la festividad de San Juan; y la fe en Dios, quizás el entender que de Él procedía esa maravilla azul que siempre lo cobijó. Un lugar destacado en la obra de Alfaro ocupa el firmamento, como si de él emanara toda la belleza que minuciosamente detalla en su poesía.
“Ángelus”, bellísimo poema en el que la presencia de Dios, la oración y la fe, se entremezclan con el atardecer, momento de pausa, de recogimiento, y un dejo de melancolía; quizás porque el poeta es consciente de que esos instantes ya no vuelven, y necesariamente tiene que tomar distancia de ese paisaje seductor, ya que el sendero tiene como única guía su hogar. Allí, donde la madre lo recibe, el fuego enciende, pronuncian sus labios el rezo del Ángelus; y el humo sube con “algo” hacia el mundo celestial, acaso el mismo Dios hecho hombre que asciende, junto a la suave palabra hecha ruego de esa mujer que cuida, que protege, que acompaña.
Alfaro nos brinda una postal campesina, que concebimos muy particular, al leer “El carro”, como si el día comenzara a partir de su traqueteo, es ahí, puntualmente, cuando toda la naturaleza entra en ebullición y se dispone para el transcurrir de una nueva jornada. Y como no podía ser de otro modo, la sombra de su padre, que con su grandeza viene a completar la escena. La esmerada descripción del paisaje deja su espacio a la nostalgia, al instante de tristeza al reconocer la ausencia de seres amados y, una vez más el tiempo y su devenir.
Un modelo diferente de carruaje, con capacidad para un mayor número de personas, cuatro ruedas y un techo protector. Ideal para trayectos largos, cuando las inclemencias del tiempo solían generar dificultades en la circulación.
Avanzamos en este itinerario de la obra de este autor entrerriano y elegimos la poesía “El sauce”, que nos muestra este árbol de copa irregular y hojas angostas, tan típico de nuestra provincia por constituir su hábitat a orillas de los ríos; y que por ello suele ser protagonista en diversas obras de arte, en el lienzo, en la fotografía, en la producción poética. En este caso el poeta quiere destacar su perpetuidad, sus ansias de continuar la vida, cuando parece que se va pero se queda, como si estuviese reflexionando sobre la vida humana misma, esa antítesis entre el paso del tiempo y considerar que aún queda tiempo.
Al tomar el libro “Las borrajas azules”, publicado en el año 2014, descubrimos un preciado poema de este poeta nogoyaense titulado “El timbó”, con una tonalidad melancólica, que enumera todo lo que alguna vez existió en torno a la casa familiar y hoy ya no existe; pero parte de la presencia de un esbelto timbó, que llegó a destiempo, que hubiese completado el paisaje campestre, y que hubiese conformado un espléndido espacio de infantiles travesuras.
El timbó
Junto a la casa,
a lo que queda de lo que fue la casa,
ha crecido un timbó
hasta una altura
que hubiera sido la fiesta más alta de la infancia.
Ahora no hay patio, ni aljibe, ni huerta, ni glicinas.
No hay ropa blanca al sol, ni voces, ni ventanas,
sólo un timbó con el viento a sus anchas
y una sombra hermosísima donde no se sienta nadie.
La calle es diferente.
El fondo ya no da a la fantasía que llegaba al horizonte,
y es posible que ni siquiera pasen mariposas.
Sólo un timbó que no fue nuestro,
que no bajó una rama para alzarnos como un padre,
ha crecido hasta una altura que hubiese merecido nuestra infancia.
¿Cómo hubiera sido mirar desde tan alto?
¿De cuánta luz la luz?
¿Hubiera estado el cielo donde estaba?
¿Y los pájaros qué habrían pensado de nosotros?
La voz de nuestra madre nos hubiese buscado viendo el cielo.
¿Habríamos visto desde arriba envejecer a los hermanos?
Junto a la casa,
a lo que queda de lo que fue la casa,
ha crecido un timbó y es tan hermoso el aire entre sus ramas.
¿Cómo pudimos no tenerlo?
¿Cómo fue que estuvimos de niños tanto tiempo sin sentir ese árbol
que vendría después de nosotros?
¿Por qué ahora que no hay patio, ni aljibe, ni voces, ni huerta, ni ventanas
sube tan alto, tan alto, y sin nosotros?
La paradójica expresión final contempla la desaparición de todo lo que en otros tiempos constituía la vida, y la altura del timbó, una cualidad que en este momento, y en este mundo vacío y silente, sin la niñez que correteaba, ya no luce. A pesar de su esbeltez, del aire que circula entre sus ramas, lo superan la orfandad y el desamparo.
Hasta aquí nuestro reconocimiento a este ilustre escritor, con la entrega de algunos de sus poemas. Mencionamos al principio la amplitud de su creación, resta mucho por leer en los diferentes géneros por donde su producción nos lleva.
La vida de Juan Manuel Alfaro se apagó hace pocos meses, pero permanecerá siempre en el paisaje que poéticamente describió, en las historias que supo contar. Quedará su palabra en el corazón de esos vecinos que plácidamente escuchaban su voz al atardecer; quedará su obra en el corazón de sus lectores, quienes vamos recorriendo nuestra literatura provincial en busca de calidad y calidez poética. En este escritor, oriundo de Nogoyá, descubrimos esa fusión, que traducimos en excelencia.
Agradecimientos: A Stella Maris Delfin, por su colaboración con material fotográfico para el artículo.
Texto y fotografías: Prof. Nélida Claudina Delfin
Muy buenas las revistas interesantes historias me encantan