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3 de diciembre de 2024

revistaalmas.com

Lee desde otra perspectiva

Edgard Monteañares y su patria chica

Los pueblos entrerrianos aclaman sus versos

Edgard Monteañares, un trabajador incansable de la literatura y de la música de nuestra región.
(Fuente: https://www.identidad-cultural.com.ar/)

Escritor, poeta, músico, nacido en Rosario del Tala, Edgard Monteañares tiene un recorrido intelectual intenso, con participaciones en el país y en el exterior, en bibliotecas, teatros y festivales varios.

Ha reunido su obra poética en varios libros, entre los cuales se destaca “Cantos del largo sentir”, que ha sido publicado por la Editorial de Entre Ríos en el año 1998. En estos versos, Monteañares le canta a su tierra, a su amada Entre Ríos, a su gente, con toda la nostalgia que lo invade, como suele suceder con quien ha tenido que dejar el terruño y desde lejanos sitios le rinde homenaje, con su poesía, con su canto, con cuanta manifestación artística pueda hacerlo, porque la visita de la inspiración es más frecuente cuando el alma humana reclama por aquellos amados lugares.

“Cantos del largo sentir”, primera antología de las letras del autor talense, que expresan un profundo, prolongado, interminable, afecto hacia su ámbito provinciano.

Tomamos algunos versos de la mencionada obra en la que paisaje y subjetividad se fusionan y dan vida a una elevada producción literaria. El canto de las aves, el susurro del viento, el verde de las plantaciones, la perseverancia de los “hombres de estas tierras”, como así también la excelencia en la obra de colegas y amigos, le brindan al artista todas las posibilidades de expresarse desde lo más profundo de su ser.

“Hombres de estas tierras”, un poema que refleja los sueños de aquellos trabajadores de oficios que no son fáciles de desarrollar en una realidad que muchas veces les resulta adversa. El Hachero, el Pescador, el Herrero, nombrados casi todos con letra mayúscula, quizás para demostrar la significatividad de la tarea, y del esfuerzo enorme de esos hombres que la concretan, desde siempre, como si hubiesen nacido para desarrollar solamente eso, sin considerar otras posibilidades para su vida.

Hombres de estas tierras

Para Renato Bella

Yo no le canto a cualquiera

Mi canto no es gobernado;

Le canto al Hachero Juan

Ese del monte cerrado,

Ese que no fue a la escuela

Porque nació con las manos,

Juntas al cabo de un hacha

Prolongación de sus brazos.

Canto a Pedro Pescador

El que todas las mañanas,

Sin importarle si llueve,

Hace frío o hay escarcha,

Con su canoa de pobre

Corta viento y marejadas,

Tejiendo un sueño en el aire

Mezcla de pez y distancia.

También canto para Diego

Alambrador de esos montes;

Hombre de la tierra arisca

Amigo de los terrones.

Su tierra al final de cuentas

(sostén para el pobre-pobre)

Aunque digan lo contrario

Papeletas y patrones.

Le canto al Herrero Carlos

Que con martillo y tenazas,

Quiso aprisionar un sueño

Desvelado en horas largas

Y lo fundió lentamente

Entre el calor de la fragua.

Para ese no aprontó el yunque

Dejó que muera en las brazas.

Siempre el sueño de los pobres

Es pelechito de chala:

Cualquier brasita lo enciende,

Cualquier llovizna lo apaga.

La nostalgia es una constante en la literatura de provincias, cuando las infancias eran a puro campo, en contacto permanente con la naturaleza; todos sus sonidos se guardaban y luego, en la juventud y en la adultez, se hacían poesía. “Nada es igual” expone dos tiempos, el adulto que busca el paisaje de su niñez, que se ha ido, al igual que esa etapa de brillo y alegría, que tampoco regresa.

Vertiginosamente el tiempo ha pasado y no logra el poeta unir pasado y presente: “… pero eran otros los tiempos y yo tampoco era el mismo.”
“Buscaba un silencio largo, mezcla de paz y de trinos…”. El pirincho, presente en la literatura y en la música entrerriana, debido a su andar constante en espacios arbolados, granjas, parques y jardines.

Un homenaje a Juan Laurentino Ortiz, luego de su fallecimiento, la poesía “A Juanele” lleva en el título el apodo con el que se lo conocía al gran poeta gualeyo. Se pregunta Monteañares por su canto melancólico y hace una alusión al declive de la metáfora, dada la ausencia de Juanele. Todo el poema es una invocación, un ruego casi, para que prosiga con su obra, y un final con esa tan peculiar manera de conceptualizar la muerte como “un poema mal escrito”, como si la calidad poética se esfumara con el monumental poeta que a los 82 años, en el año 1978, había dejado de existir.

Un breve poema que con grandiosidad caracteriza al enorme escritor que con humildad pasó su vida como un gran admirador del paisaje natal.
El gran Juan L. Ortiz, al que varios escritores entrerrianos dedicaron un merecido reconocimiento a través de la literatura y del periodismo. (Fuente: https://www.argentina.gob.ar/)

“Anda un canto”, elegimos este poema que nos muestra otro rumbo en la producción poética de Monteañares, ya que deja un instante la delicada descripción del paisaje, y se sumerge en ese canto muchas veces desestimado pero que tanto por expresar tiene, el canto de la gente, de esa gente que lucha por ser escuchada, porque también tiene mucho por decir, y quiere hacerlo libremente.

Anda un canto”, el canto esperanzado de la gente que, ciertamente, libra mil batallas por su bienestar, por su dignidad, por sus ansias de superación.

“Monte mío”, el último poema de la antología “Cantos del largo sentir”, asoma en él la idea de un definitivo final, y revela allí su anhelo de permanecer en esa naturaleza, incorporado eternamente en ella.

El ceibo, su esplendor, su relevancia, su mítica, determinan su aparición en la poesía de cada rincón de Entre Ríos.

“… deja que por mi herida florezca el ceibal herido”, dos versos que sintetizan esa necesidad de volver, para quedarse e indiscutiblemente incorporarse a ese paisaje que tanto supo inspirarlo.

Finalizamos este efímero recorrido por la obra literaria de Edgard Monteañares, un poeta que Rosario del Tala presenta con orgullo, que incansablemente transita la geografía de su provincia, y la de otros espacios, donde su voz y su pluma se dejan llevar por esos duendes, que pícaramente aparecen y desaparecen, en los montes, en los arroyos, en las riberas de los ríos, entre sauzales y ceibales, en comunión con el trinar del colibrí y el canto del grillo, lo sumergen en ese inefable mundo mágico que hace brotar coplas y canciones.

Texto y fotografía: Prof. Nélida Claudina Delfín