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21 de noviembre de 2024

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Inmemorial y entrañable “Vieja Federación”

“En ti dejarán leyendas los que sufrieron y amaron…”

Cuarenta años hacia atrás, era Federación, ubicada al noreste de la provincia de Entre Ríos, en la Rca. Argentina, una ciudad, como tantas del interior, con numerosas familias y diversas  instituciones; un paisaje natural que se fusionó con el paisaje cultural, en el que sus calles eran transitadas por personas con múltiples intereses y la particularidad de sentir todas el orgullo de pertenecer al lugar.

La Plaza 9 de Julio y la Iglesia, una postal que expone lo más representativo de aquella vieja ciudad durante su existencia. Postal que exhibe hoy el Museo de la Imagen.

Hasta que el “progreso” dictó sentencia definitiva, interrumpió su cotidianeidad y, con el argumento de aprovechar la energía del agua para la construcción de una represa hidroeléctrica, la sepultó bajo las aguas del río Uruguay. El embalse, ese enorme depósito de agua artificial, inundaría todo el sector urbano de la ciudad. Y así entregó Federación su vida para que naciera la Represa “Salto Grande”.

La Biblioteca Popular, un espacio de lectura, estudio y recreación, para los habitantes de la vieja ciudad. Imagen que conserva el Museo de los Asentamientos.

El “Museo de los Asentamientos”, ubicado en la nueva ciudad, ha recuperado y exhibe hoy, entre muchas cosas de la vieja ciudad, trocitos de frisos, listones y adornos, de grandiosas edificaciones donde allí transcurría la vida, pero que las topadoras no perdonaron, y todo se redujo a escombros.

A algo había que aferrarse, por eso, lo que se podía traer, se traía: molduras de edificios de la vieja ciudad. (Foto tomada del Museo de los Asentamientos).

La historia alude a la demolición, inundación y traslado de la localidad. Tres desoladoras etapas para su gente, cuando la urbe toda debió construirse nuevamente, a cinco kilómetros. Muy cerca, para la geografía; muy lejos, para el corazón de sus habitantes.

Quizás para los niños haya sido una aventura, una más que formaba parte de sus infantiles andanzas; para los adolescentes y jóvenes, la posibilidad de una vida moderna, excéntrica tal vez; sin embargo para los mayores significó el desarraigo, el infortunio, la angustia e impotencia ante una realidad que compulsivamente debían afrontar y, hasta nos atrevemos a decir, en muchos casos, el final de la vida misma.

La gentileza del Museo de la Imagen nos permite apreciar una antigua casona
ubicada en una esquina de la Vieja Federación.

La ciudad de los tres asentamientos y dos traslados

La historia nos remite a Don Juan de San Martín, quien había fundado  la estancia Mandisoví, como una posta del sistema de transporte de mercaderías entre los pueblos misioneros y Buenos Aires, una parada obligada para aquellos viajeros; y reconocida por decreto del Gral. Manuel Belgrano como Villa Mandisoví,  en el año 1810.

Al ser, años más tarde, destruida la estancia, a causa de varios conflictos bélicos,  se decidió su remoción. Y fue el Gral. Justo José de Urquiza quien ordenó la mudanza de los pobladores, surgió de ese modo una segunda fundación, sobre una barranca del río Uruguay, entre los arroyos del Bizcocho y La Virgen, y le asignó el nombre de Federación, por la causa federal, en el año 1847. Efectuó esta reubicación el Coronel Manuel Urdinarrain. Allí siguieron la vida hasta que el inminente traslado surgió como un hecho irreversible.

Definir la nueva geografía de Federación

El 12 de octubre de 1974 se efectuó un plebiscito para determinar el sitio de reubicación de la nueva ciudad. Había que optar entre Santa Ana, Mandisoví, La Virgen, La Amelia y La Argentina. Y el pueblo eligió La Virgen, a tan solo 5 km. El deseo de no alejarse mucho ciertamente pudo haber influido en la decisión popular.

La convocatoria para decidir el lugar donde
sería reubicada la ciudad.
(Material del Museo de la Imagen)

Qué dulce encanto tiene…

Como antesala al puente que une la Vieja y la Nueva Federación, y con las encantadoras aguas del lago como telón de fondo, se alza el homenaje a Merceditas, con la imagen escultórica de la joven santafesina, con quien el autor federaense Ramón Sixto Ríos había establecido un vínculo amoroso, que no duró mucho tiempo y cuya ruptura le generó un profundo dolor, que lo expresó en las bellísimas palabras de ese tradicional chamamé, que ha sido interpretado por varios artistas de nuestro país y traducido a varios idiomas.

Reconocimiento a Merceditas, la joven novia de Don Sixto Ríos, que inspiró este admirado tema musical luego de la ruptura de la relación amorosa.

Un lugar que no se rinde

Nos ganó siempre la nostalgia y cruzamos mil veces ese puente de hierro, “Gumercindo Antonio Burna”, lazo que fusiona ambas ciudades, y hacia ese lugar sagrado, que pasó a denominarse “la vieja ciudad”, nos dirigimos cada vez. Allí, donde aún duelen sus calles de tierra, las ruinas de lo que otrora fue la localidad de tantos, que escribieron allí su historia. Caprichosamente, hoy, se empeña ella en subsistir, con la presencia de aserraderos, fábricas, algunas viviendas; con ancianos que quizás no hayan podido dejarla, o hayan tomado con firmeza la decisión de finalizar ahí su existencia.

El puente “Gumercindo Antonio Burna”, que asocia la vieja con la nueva ciudad, debe su nombre a quien había sido propietario de los campos donde hoy se erige la ciudad. 

La religiosidad del poblado se manifestaba a través de diferentes representaciones. En la entrada, un santuario de la Virgen de Luján, patrona de nuestro país, daba la bienvenida a pobladores y visitantes. Veintidós cuadras separaban este espacio de oración y recogimiento de la Plaza 9 de Julio, núcleo principal de la ciudad.

La ermita de la Virgen de Luján, protectora de los que viajan,
recibe a quienes allí arriban.

Y no se pudo ir…

Testimonios orales y de material audiovisual nos hacen referencia a Don Félix Matiassi, quien en el momento de salir de su vivienda, ante la presencia imperiosa de una máquina que, sin clemencia, la destruiría, desplazó todas las pertenencias a la calle, hizo salir a los miembros de su familia e ingresó él nuevamente a su casa y de ahí no se movió más; fueron pasando los años y resistió hasta el final de sus días, el progreso no pudo con él.

Una casa que lo aguantó todo y sigue en pie, quizás por la privilegiada altura donde había sido construida.

Las ruinas de instituciones de incalculable valor

En varias oportunidades recorrimos los sitios donde eximias instituciones desarrollaban su misión, como las ruinas de la antigua Maternidad del Hospital “San José”, que ofrece aún restos de mampostería. Permanecemos ahí unos minutos, absortos, ensimismados, tratando de asimilar cómo se convirtió en ruinas ese espacio tan particular que en otros tiempos había dado la bienvenida al mundo y a la vida a tantos federaenses.

Luego de la mudanza de la ciudad, continuó funcionando como Asilo de Ancianos, Escuela Especial y Guardería Infantil, según expresiones de los respectivos carteles explicativos. Cabe destacar que en toda la Vieja Federación hay carteles que indican, orientan y describen todo lo inherente a calles e instituciones de aquellos años.

Ruinas de la Maternidad del Hospital “San José”, construido a mediados del siglo XX.

Al lado del edificio de la Maternidad se encuentra el de las Hermanas Azules, que desempeñaban el inestimable oficio de enfermeras, con un rol importantísimo en la atención de la salud; una verdadera vocación de servicio, además de la que emana de su vocación religiosa.

Hogar de las Hermana Azules, enfermeras por vocación, que prestaban sus servicios en la Maternidad del Hospital “San José”.

El antiguo tanque de agua, histórico emblema construido en el siglo XX por Obras Sanitarias de Entre Ríos, se eleva con orgullo resistiendo a tantas adversidades, junto a la propiedad que seguramente ha sido el despacho desde donde se administraba su funcionamiento. Lo rodea una copiosa vegetación que intenta sobreponerse a cables, empalizadas y demás elementos necesarios para el suministro de energía eléctrica y otros servicios en el lugar.

El tanque de agua que durante muchísimos años proveyó a la antigua ciudad y continuó haciéndolo por un tiempo luego del traslado también.

Huellas de la fe de tantos lugareños

Intacta sobre la ladera de un cerro, restaurada hoy, bella en su humildad y pequeñez, pero sólida y atractiva al punto que nos hace detenernos y reflexionar, hallamos la pequeña Capilla “San Miguel”, en honor al patrono de la provincia, que funcionaba como oratorio, un espacio sagrado donde los fieles depositaban su fe, transmite hoy toda la paz que ese sacro lugar puede brindar, y nos lleva a pensar en esas personas que hasta allí tantas veces, por diferentes medios, se habrán acercado a manifestar sus oraciones, sus ruegos, su gratitud.

La pequeña capilla, inmersa en un paisaje que consuma su armonía y su paz.

Ubicamos también la Capilla “Cristo Obrero”, construida en 1979, antes de la inundación. En su entrada, la presencia de la Cruz Histórica, que fuera traída de la cúpula de la “Iglesia de la Inmaculada Concepción”, símbolo de fe y  religiosidad en el ingreso al templo.

Capilla “Cristo Obrero”, que funcionaba en un edificio entre dos antiguos barrios de la ciudad.

Queda una secuencia fotográfica en el Museo de la Imagen de aquel desgarrador instante en que esa cruz, que durante tantos años había reinado en lo alto de la cúpula, fue separada y tocó tierra, con varios testigos, quienes habrán sentido, indefectiblemente, que un pedacito de su alma se fisuraba.

Había sido esta la segunda iglesia, ubicada en calle San Martín, junto a la casa parroquial y a la primera capilla. El edificio de esta última fue desarmado, pieza por pieza, y trasladado, y con esos materiales originales fue construido el Museo de los Asentamientos. De ese modo, en particular las personas mayores podían contar con algo con que sentirse identificados, algo que de alguna manera les perteneciera.

La primera iglesia, una imagen que extrañamente
funde serenidad y dolor.

Reencuentro con la vieja capilla

Museo de los Asentamientos, en Hipólito Irigoyen y Las Rosas, Nueva Federación. Inaugurado el 25 de marzo de 1980, constituye una réplica de la antigua capilla del poblado.
Conserva el Museo de los Asentamientos el reloj que marcaba las horas desde lo alto de la torre de la vieja iglesia.

La soledad de una escuela

Volviendo a la vieja ciudad hoy, descubrimos el edificio de la Escuela N° 44 “Del Boyero”, que funcionó allí hasta el año 2008, con el correspondiente traslado diario de niños y adolescentes, que continuaban en el establecimiento su escolaridad, y que suponemos habrá sido todo un acontecimiento para ellos cruzar el puente y dirigirse a la antigua ciudad. El patio con los árboles que se aprecian en el frente nos hace imaginar un revuelo de niños, sobre todo en el ingreso y salida, y en los recreos, en una etapa de sus vidas casi sin preocupaciones, que sin dudas pudo haber sido la mejor, pensada y añorada siempre.

Una parte del remoto edificio de la Escuela N° 44 “Del Boyero” que, al encontrarse en una zona no inundable, ha sido preservado hasta la actualidad.

Allí donde morían las reses

Hacia las afueras de la localidad se encuentran los restos del edificio del Matadero, instalación industrial donde se sacrificaban los animales y se efectuaba todo el proceso para su posterior comercialización. Funcionó hasta el año 1982 en que se sancionó una ley nacional que regulaba las condiciones de desempeño de estos establecimientos. En sus paredes se hallan carteles informativos, que exponen un plano del matadero y un plano de los barrios de la Vieja Federación.

El Matadero, donde se faenaban las reses que eran traídas
desde diferentes establecimientos ganaderos.

Por último, la construcción que se ha conservado desde sus orígenes, a unos 10 km aproximadamente de la ciudad, el cementerio. Se observa una división entre una edificación anterior y otra mucho más actual; ya que es el único de la zona, y hasta hoy se siguen sepultando ahí a fallecidos de toda la localidad. Hemos leído comentarios de personas mayores que han expresado que alguna vez volverán a esa tierra bendita que los vio nacer, crecer, y de la que intempestivamente han sido retirados.Esperar la muerte para volver a ese sagrado lugar que tanto amaron…

Esperar la muerte para volver a ese sagrado lugar que tanto amaron…

El camposanto, donde yacen los restos de quienes habitaron el bendito suelo de Federación, de la vieja y de la nueva ciudad.

El lago, ese gigante que cubrió todo

Al arribar a la cercanía del lago, una plácida naturaleza constantemente nos recibe, con diversas especies vegetales, con una gran heterogeneidad de aves, que completan un paisaje soberano; sin embargo, no podemos si quiera esfumar de nuestra mente que esa masa de agua fue la que necesariamente inundó la ciudad.

El lago, y bajo sus aguas, una ciudad que no pudo subsistir.

Esa ciudad que un domingo demasiado peculiar, exactamente el 13 de mayo de 1979, en su plaza principal, convocó a los vecinos para su dolorosa despedida. Un acto oficial, un asado y el arriado, por última vez, de la enseña patria. Un hecho que podemos suponer habrá amalgamado en su gente abatimiento, congoja, recelo, y toda clase de sensaciones, dado el determinante veredicto de su destino. Hubo quienes se arrodillaron y besaron ese venerable suelo que les había dado todo, quienes se aferraron a un ladrillo, una baldosa, una piedra o un montoncito de tierra, que celosamente guardaron en su mochila, como si su pueblo entero pudiese quedar contenido ahí.

Muchos asistieron, pero muchos otros no, no se animaron, demasiado fuerte para ese corazón devastado por tanto sufrimiento.

Un asado para todos los vecinos que se acercaron a despedir su pueblo. Casi una paradoja. (Museo de la Imagen)

Tristeza, melancolía, incertidumbre, todo nos invade en cada oportunidad de caminar la vieja ciudad. Entendemos el progreso, la prisa por cubrir prioridades, pero los lugareños tuvieron que seguir sus vidas tras saber que su pueblo quedaría bajo agua, que ya nunca volverían a pisar esa tierra bendita que los vio nacer, crecer, formar parte de una familia, constituir luego la propia. Y nos quedamos en esa desazón, como si hubiésemos sido también nosotros parte de esa población con 5000 habitantes, que apenas recordamos, pero que nos golpea cada vez que volvemos, y nos sigue conmoviendo.

Y todos los caminos nos conducen al río…

Volver…

Ante eventuales bajas del río, aparecen los cimientos de la Vieja Federación y mucha gente solía ir, recorrer su lugar y reconocer el espacio donde quedaban las calles, su casa, la escuela, la plaza, las vías de la estación de trenes; una caminata que aumentaba ese profundo vacío,  que les generaba mucha nostalgia y mucho dolor. “Me erizo todo al ver mi casa” -Clarín 26 de marzo de 1999-, testimonio de uno de tantos pobladores que debió sufrir el desarraigo, esa rara sensación que vivencia una persona que se ve obligada a dejar su hogar, que la aleja de sus raíces, afectivas y culturales, que afecta su identidad personal, familiar, social. Pobladores que jamás han podido apartar su mirada hacia la vieja ciudad, su ciudad.

Espacio en el que los federaenses habían construido su morada, sus vínculos, su vida.

Y si aun nosotros nos sentimos parte, tan solo imaginando una bonita urbe en el pasado, en un paisaje sublime, imposible no ser empático con aquellos individuos, que allí armaron su biografía, transitaron su infancia, asistieron a la escuela primaria, tomaron la primera comunión, disfrutaron de los juegos en la plaza, lugares muy caros a sus sentimientos; y sus amigos, sus vínculos, sus sueños. Sabemos que algunos mayores no alcanzaron a pisar la nueva ciudad, porque ese corazón que había soportado tanto, no pudo resistir la irreparable pérdida de su comunidad, la que tenía sus calles gastadas por el paso constante de sus miembros, por ese andar, con prisa o con lentitud, según sus circunstancias. Y quienes resistieron y cruzaron el río, lo habrán hecho con todo su bagaje de bienes y de desconsuelo, envueltos quizás en una infinita melancolía, en una profunda, imperturbable y silenciosa tristeza, más allá del paso del tiempo.

La Vieja Federación, el Río Uruguay, y a lo lejos, la Nueva Federación. Pasado y presente de una ciudad que debió sobrevivir a la embestida del “progreso”. 

Agradecimientos:

“Un especial agradecimiento al Museo de la Imagen y al Museo de los Asentamientos, de Federación, por la atención y el generoso aporte que nos brindaron para la elaboración de este artículo”.

Texto y fotografías: Prof. Nélida Claudina Delfin