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6 de octubre de 2024

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Lee desde otra perspectiva

Baldomero Fernández Moreno, poeta y médico, una impecable fusión de vocaciones.

Simple, sobria, natural, así definen los críticos literarios la poesía de Baldomero Fernández Moreno, aquel a quien casi todos conocimos en la escuela primaria, con los célebres “Setenta balcones y ninguna flor”, cuando no entendíamos mucho la temática, pero nos atrapó el poema, su armonía y musicalidad, y lo guardamos para siempre en nuestra memoria.
La inquietud del autor, puesta de manifiesto en preguntas retóricas, ante la ausencia de  flores en esos setenta balcones, que se traduce en la falta de sensibilidad y de buen gusto de sus habitantes.

Una poesía clara, espontánea, como si la escribiera con mucha naturalidad,  condujeron al poeta al Sencillismo, ese estilo que le permitió discretamente describir la vida cotidiana de la ciudad, sus calles, su gente, y también la del campo y su paisaje, que junto a tópicos como el paso del tiempo y sus afectos, conforman sus principales temáticas. Evidentemente fue un gran observador de cada espacio que transitaba, lo que se vio reflejado siempre en su producción poética. Al respecto, Jorge Luis Borges, que analizó su obra, destacó su accionar aún insólito en aquellos años: “Un acto que con todo rigor etimológico podemos calificar de revolucionario: Fernández Moreno había mirado a su alrededor”. El poema “La calle” constituye un claro ejemplo:

“La calle”, un poema que define al “poeta caminante”, con imágenes que reflejan la minuciosidad de sus observaciones durante su andar callejero.

Sus primeros años de vida transcurrieron en España, había nacido en Buenos Aires, en el porteño barrio de Flores, en 1886. Su familia se radicó unos años en aquel país y regresó cuando Baldomero era un adolescente, con un mundo lleno de poesía; sin embargo, al definir su carrera, eligió la medicina, quizás se habría dejado llevar por un deseo paterno, más que por sus verdaderas convicciones.

Médico y poeta, dos vocaciones que supo llevar adelante con abnegación y entrega. Concluimos que en un punto las supo complementar, ya que al haberse desempeñado como médico en diferentes zonas rurales, descubrió particularidades de la vida en el campo, que posteriormente plasmó en su poesía.

El campo, apacible, benévolo, con una sensación de paz, que permite que el artista enaltezca su obra.

  Tan significativas como las imágenes camperas, lo son las imágenes urbanas, que dan cuenta de su intenso recorrido por la ciudad de Buenos Aires, por lo que se lo calificó de “poeta caminante”, y con ello se lo vincula con la poesía urbana. Alguien ha parafraseado por ahí que Fernández Moreno “hizo poesía al andar”, recordando al “caminante que hace camino al andar” del insigne poeta español Antonio Machado.

Una imagen de Buenos Aires, la ciudad que caminó el poeta, que lo atrapó, y la que se convirtió en una de sus más preciadas fuentes de inspiración.
Palabras del poeta en nota del Diario “Hoy” de La Plata: “los balcones uno a uno habían sido ‘contados en una noche espumosa, con el poeta español Pedro Herreros, desde un banco de piedra’”.

Baldomero Fernández Moreno nos remite indefectiblemente a los setenta balcones, que permanecen en la memoria de quienes aman la poesía, y en algunos casos solo ese encantador poema recuerdan; algo que lamentaba siempre el poeta, que había escrito una innumerable cantidad de obras de diferentes temáticas y ninguna se destacaba como esta. En oportunidad de recibir el Premio de Honor de la SADE, aclaró que los setenta balcones aludían a un edificio ubicado en el antiguo Paseo de Julio, hoy Avenida del Libertador casi Callao, con lo que destituyó el mito de la memoria colectiva que sostenía que se trataba del edificio de la Caja Internacional Mutual de Pensiones, en el barrio de Balvanera, en la intersección de las calles Corrientes y Pueyrredón.

La urbe también está presente en “Viejo Café Tortoni”, un poema que describe un magnífico marco para expresar sus mejores recuerdos y el afecto infinito hacia su padre, la figura principal de una tarde en que la gente marcha por la ciudad al compás de la lluvia, sin quejas ni dramatismos, sumergida en sus cavilaciones, al igual que tantos años antes  se sentaba su padre en el viejo café con un sinfín de dificultades sobre sus espaldas.

Viejo Café Tortoni

A pesar de la lluvia yo he salido

a tomar un café. Estoy sentado

bajo el toldo tirante y empapado

de este viejo Tortoni conocido.

¡Cuántas veces, oh padre!, habrás venido

de tus graves negocios fatigado,

a fumar un habano perfumado

y a jugar al tresillo consabido!

Melancólico, pobre, descubierto,

tu hijo te repite, padre muerto.

Suena la lluvia, núblanse mis ojos,

sale del subterráneo alguna gente,

pregona diarios una voz doliente,

ruedan los grandes autobuses rojos.

El “Viejo Café Tortoni” ha sido siempre el espacio de encuentro de poetas, músicos, editores, personas del mundo del cine, de la política, empresarios, etc.

Rescatamos del estudio preliminar de su obra “La patria desconocida” estas palabras con las que el poeta conecta la poesía con su vida: “Ahora veo que la poesía ha seguido con fidelidad mis pasos sobre la tierra: el pedazo de patria que me tocó vivir, ciudad, pueblo o campo, el amor, el hogar, los hijos, la raza, mis trabajos y mis vacaciones. Todo está más o menos representado en mi acervo”.

Y así su obra nos acerca al mundo real e inmediato, a los hechos sencillos y cotidianos de la vida, sin elucubraciones filosóficas, sin cuestionamientos, simplemente porque Baldomero sabía por convicción qué expresar y cómo expresarlo a través de sus versos.

Texto y fotografías: Prof. Nélida Claudina Delfín