Para el tema de las Jornadas de Historia, “El poder y las personas”, no vi mejor temática para investigar que la cuestión de la discriminación racial como forma de ejercer poder, tanto en el discriminado a quien se le vulneran sus derechos por razones injustas y arbitrarias, como en la mente del propio discriminador, ejerciendo un control sobre su patrón de conducta.
Es por ello que decidí traer al conocimiento del público general una situación particular de xenofobia contra una comunidad de chinos en México, que desencadenó una serie de agresiones brutales y sanguinarias hacia ese grupo de migrantes, en un día que se bautizó como La Masacre de Torreón, en 1911.
Cómo empezó la historia
La historia comenzó en el Lejano Oeste, en California, EEUU. Desde mediados del siglo XIX, tras el descubrimiento de grandes yacimientos de oro, se vivenció en este estado lo que se conoció como “la fiebre del oro”, la que atrajo a un gran número de inmigrantes en busca de trabajo, y entre ellos, a los chinos.
La comunidad china en EEUU se estableció primeramente como mano de obra barata para trabajos de minería y obraje para los rieles de ferrocarril. Para el empleador, los chinos eran la mejor mano de obra barata que podían encontrar, puesto que, tradicionalmente, no estaban acostumbrados a los movimientos laborales ni a manifestarse por mejoras salariales. Esta situación al trabajador estadounidense le resultaba desventajosa, por lo que comenzó a correr el rumor entre los sectores más bajos: “los chinos nos vienen a robar el trabajo”...
El esfuerzo de los obreros chinos trae sus frutos, ya que comienzan a progresar rápidamente, gracias a su trabajo duro, incluso ante bajos salarios, y su capacidad de ahorro que acompañaban con un estilo de vida sobrio y sin dilapidación. Emprenden entonces con sus ahorros sus propios negocios, y con ello, compiten contra comercios americanos.
Al malestar por la competencia se le sumó el rechazo hacia la actitud tradicionalista y gregaria que podía notarse en la comunidad china inmigrada, la cual ni siquiera había aprendido el inglés. Era una sociedad cerrada y sin posibilidades de integrarse a la población estadounidense.
Se generó un descontento social, el cual impulsó al Estado Federal Norteamericano a sancionar la Ley de Exclusión China en 1882, haciendo que se prohibiera la inmigración de esta comunidad al país norteamericano. Cerrada sus puertas a los Estados Unidos, los chinos que seguían llegando al continente terminaron migrando hacia la nación vecina: México.
La emigración hacia México
Hacia fines del siglo XIX, durante el porfiriato (1884 – 1910) el estado de México, al igual que el resto de Latinoamérica, estaba viviendo un momento de modernización política, social y económica. Sin embargo, para las altas esferas del poder, esta modernización no era posible con la población autóctona, en especial la aborigen (conforman la mayoría de la población mexicana de aquel entonces), la cual era considerada tanto improductiva para las nuevas formas de trabajo, como “fea físicamente”.
Es por ello que la política inmigratoria fomentada por el estado nacional tenía como fin tanto la disponibilidad de mano de obra para los nuevos tipos de trabajo obrero, como el “embellecimiento” de la población, desdibujando así los límites entre “la civilización y la barbarie”.
En este contexto llegan los chinos, ocupando los estados del norte de México, como Sinaloa, Baja California, Sonora, Mexicali y, especialmente para nuestro caso, Coahuila, donde se encuentra la ciudad de Torreón.
La población china que ingresó ocupó primeramente los trabajos con los más bajos salarios, tales como la minería, obreros del ferrocarril o peones en estancias. Sin embargo, por su trabajo duro y su capacidad de ahorro, los chinos lograron dejar esos trabajos y formar parte de la naciente clase media. Esto generaría los primeros roces con la población mexicana, ante el rumor: “los chinos nos están robando el trabajo”
En la ciudad de Torreón, los chinos conformaron una comunidad próspera, donde su progreso a la hora de colocar negocios les permitió una vida estable, siendo propietarios de mercados, zapaterías, tintorerías, grandes hospedajes y hasta una institución bancaria de capital principalmente chino. Sin embargo, está situación de estabilidad no es tan perfecta, ni la comodidad de los chinos será tan durable.
A la par de lo que sucedía en todo Occidente, donde corrían teorías pseudocientíficas de inferioridad racial que justificaba la dominación de los estados europeos sobre el mundo más “exótico”, en México no se hizo oídos sordos ante esta moda. Las razones del creciente disgusto hacia los chinos en tierra mexicana eran tanto económicas como raciales. Se esparcían discursos racistas y de odio hacia ellos, entre comentarios populares, discursos políticos y hasta la prensa. Estos son algunos comentarios que circularon públicamente:
“…. además de haraganes, eran opiómanos, jugadores y vengativos que no temían cometer asesinatos”
“debía combatirse su inmigración no sólo por razones de economía y moralidad sino de higiene”
“(lamento que) mexicanas estrechadas por la miseria continuaran casándose con individuos tan raquíticos y degenerados como los chinos”
“examinad (…) a esas criaturas que resultan de la unión de las desesperadas de nuestra raza con los hijos de Confucio y veréis que sólo por una ironía de la naturaleza andan en dos pies”
Propaganda humorística que salía en la prensa mexicana a inicios del siglo XX contra los chinos
Trágico final de una historia de intolerancia y rencor
Este clima de intolerancia y rencor hacia la comunidad china en México, culminó en su pico más alto de agresión el día 15 de mayo de 1911, en la llamada Matanza de Torreón por las tropas rebeldes maderistas. Se llevó a cabo durante la Revolución Mexicana, en el que el sector popular de México se alza en armas bajo la orden del político opositor Francisco Madero, contra el gobierno hasta entonces permanente de Porfirio Díaz. Lo destacable de este ejército rebelde es su conformación: peones de campo, rancheros, obreros, artesanos, todos estos sujetos conforman la clase más baja de México, la que más rencor le guardaba a los pudientes chinos y a la prosperidad que en poco tiempo habían tenido.
Hacia inicios del mes de mayo de 1911, la ciudad de Torreón se encontró rodeada de tropas maderistas conformada por al menos 2000, enfrentado al ejército federal de 400 hombres que defendían la ciudad, resguardándose sobre los techos, detrás de barricadas y desde las huertas en las estancias por fuera de la ciudad, cuyos propietarios eran los pudientes chinos. El fuego armado no cesó durante días, hasta la madrugada del 15 de mayo cuando el ejército federal escapó de sus refugios para replegarse. Durante esas primeras horas del día, la ciudad se volvió territorio sin ley…
Un grupo de rebeldes sin caudillo ingresaron a la ciudad, disparando sus armas al aire sin nadie que los detenga, y comenzaron a asaltar negocios para saquearlos. A sus transgresiones se le sumaron los mexicanos pobres y los presos de Torreón, los cuales no se detendrán con un simple robo.
Más temprano que tarde, se les comunicó a los rebeldes de dónde vino el fuego más nutrido del ejército: desde las propiedades de los chinos. Esto no hizo más que profundizar el rumor extendido de la traición de esta población, haciendo que, sin miramientos, los rebeldes no se inmuten para detener los ataques a los chinos, sumándose inclusive a estos. Ingresaron a los locales chinos, donde sus empleados se encontraban refugiados de los sucesos de la calle, para ser arrastrados, y finalmente fusilados. Algunos a punta de rifle, otros a base de machetes, pero el punto en común de los cuerpos recogidos es que estaban profundamente golpeados.
El ataque es descrito por la propia población civil que vivió este acontecimiento, pues los ataques fueron exclusivamente hacia esta población étnica, sin distinguir entre el extranjero recién arribado y el chino que ya contaba con la ciudadanía mexicana. Para las armas y los machetes, todos los chinos eran iguales.
Uno de los espectadores llegó a relatar lo siguiente:
“La brutalidad fue tal, que los cadáveres de los tenderos chinos y sus empleados eran arrojados por arriba de las bardas, o arrastrados para quedar tendidos en la calle. Alguien testificó cómo unos pequeños mexicanos patearon las cabezas de dos cadáveres de chinos. La rapiña no sólo fue en los locales. Se descubrió que muchos chinos llevaban sus ahorros escondidos en sus zapatos, debido a lo cual conforme se convertían en cadáveres, eran descalzados”…
El ataque que inició a las 5 am no se detuvo hasta las 10 am cuando el jefe de las tropas rebeldes ingresó a la ciudad y ordenó el detenimiento del ataque, cosa difícil pues la población estaba inmersa en un frenesí colectivo antichinos, el cual se mantuvo durante el resto del día. La matanza a diestra y siniestra que se extendió por toda la ciudad no tuvo un final justo en honor a sus víctimas, pues no se condenó a algún culpable, como a Benjamin Argumedo, a quien se lo sospechaba como el líder de ese pequeño grupo de rebeldes. Durante esas 5 horas aproximadamente se mataron a 303 chinos (de una comunidad local de 700 chinos) y entre 5-7 mexicanos que intentaron detener los fusilamientos.
El golpe, más que estratégico y necesario para la campaña militar, fue una matoneada con tintes raciales hacia una comunidad con la que ya la población mexicana encontraba repudiable. Y ni siquiera el asunto en Torreón fue un punto y aparte en el racismo contra chinos: algunos estados mexicanos, años después, mantuvieron políticas segregacionistas hacia está comunidad.
Investigación, redacción y recopilación de imágenes históricas: Leandro Suárez Tejeira
Nota del editor: El 26 y 27 de septiembre se llevaron a cabo en el IPC las Jornadas de Historia. El tema propuesto fue El poder y las personas: abordaje de las formas de vinculación social y política a lo largo de la historia. En este marco, Leandro Suárez Tejeira disertó sobre El caso de Torreón.
Muy interesante tu investigacion .
Gracias por tu investigación y el querer compartir la historia.
Tema muy interesante. Gracias