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21 de noviembre de 2024

revistaalmas.com

Lee desde otra perspectiva

Nuevos vientos, manos de siembra, surcos de esperanza

En tierras entrerrianas, Colonia San Bonifacio, un poblado de inmigrantes guiados por la fe y comprometidos con su trabajo.

Tres posibilidades de ingresar en Colonia San Bonifacio, desde Concordia, por la Ruta Provincial N° 4, pasando por Colonia Roca; o desde la misma ruta por una curva pronunciada si venimos desde la localidad de Los Charrúas; o desde la localidad de La Criolla, por un camino vecinal, que dista 5 km aproximadamente.

¡Bendito arroyo que cobijó nuestra niñez! Ya más pequeño, pero aún sumergido entre el cuchicheo de los árboles, y un cielo que, aún con nubes, no pierde su luminosidad.

Con la misma infantil ilusión de llegar a casa de mis abuelos, llegamos siempre a ese mágico y amado lugar, con un paisaje que nos atrapa permanentemente, más allá de la estación del año que estemos transitando. ¡Y el alma se cubre de recuerdos!

Otros eran los tiempos, otro era el cuadro, cuando aquello era de nuestros abuelos, Don Gerardo Delfin y Doña Claudina Rosatto. Esa manía, o necesidad, constante de volver…

Una historia inmigrante

Colonia “San Bonifacio” surge con la presencia de inmigrantes alemanes, italianos, polacos, suizos, que habían llegado en la década del 20, por iniciativa de Doña Flora del Carmen De Urquiza, que facilitó los medios a quienes quisieran venir a trabajar esas tierras. Jóvenes que acababan de dejar para siempre su infancia, su pueblo, su país, para incorporarse a un espacio que percibían certero, frente a un futuro que asomaba esperanzador. Imaginamos la angustia de la despedida, esos lagrimones que no habrán podido detener cuando miraron por última vez el mundo nativo; pero las valijas estaban cargadas de sueños, de ideales, que fueron los que guiaron ese inmenso desafío hacia una vida mejor.

Pasaporte del Sr. Huber, uno de los primeros inmigrantes que procedía de Alemania y se instaló junto a su familia en Colonia San Bonifacio. (Gentileza Sra. Olga Huber).

Trajeron con ellos una imagen de San Bonifacio, obispo y mártir de la iglesia católica, quien posteriormente se convertiría en Santo Patrono de la localidad y daría el nombre a la colonia. Se entregaron a las familias una porción de tierra, animales de tiro e instrumentos de labranza. Y ellas responderían con determinación, empeño, perseverancia.

Los pequeños de la familia Reeschuch, cuando aún vivían en Alemania, año 1926. (Gentileza Sra. Ana Reeschuch).

En nuestros recorridos, pudimos dialogar con miembros de las familias Huber, y Reeschuch, descendientes de aquellos colonos que habían llegado al lugar. En ambos casos, se trata de personas con un enorme compromiso por rescatar, conservar y compartir todo lo inherente a sus antepasados, su historia, su idioma, su idiosincrasia. Con gran amabilidad, nos mostraron documentación y objetos de esa época, que conforman el patrimonio cultural, de incalculable valor, en sí mismo y para la comunidad.

“Y un día cualquiera,
tiempo de calandrias,
con el mate amargo
en las manos fuertes
de algún viejo amigo
la esencia del sauce, del ceibo y el río
te entibió la tarde
mitigó el recuerdo
y fuiste, nono gringo,
un poco argentino”.

 
(María Beatriz Bolsi de Pino)

Contingente de ciudadanos alemanes que arribaron al Puerto de Buenos Aires en el Barco “Monte Sarmiento”. (Gentileza Sra. Olga Huber).

Fueron las primeras producciones hortalizas, cereales, vid y olivo. Con los frutos de su producción pudieron pagar sus propiedades. Años más tarde se dio comienzo en la zona al cultivo del citrus, y mucho después, del arándano.

Y es dulce saber
que esta tierra mía,
-toda pampa y cielo-
te brindó una cuna
para que descanses del largo camino…”

 
(María Beatriz Bolsi de Pino)

Miembros de la Familia Huber, que allí trabajaron intensamente y contribuyeron al crecimiento de la comunidad. (Gentileza Sra. Olga Huber).

A partir de la instalación de la estación del Ferrocarril General Urquiza, línea Concordia-Federal, y del aumento de las actividades productivas, empezó a aumentar el número de personas que arribaban al lugar; y en ese momento, dio inicio el asentamiento del poblado que posteriormente se transformaría en la localidad de La Criolla.

El matrimonio Reeschuch y sus hijos, entre ellos Carlos, papá de Ana, quien amablemente nos cedió la imagen para su publicación.

Capilla “San Bonifacio”

Con respecto a las antiguas celebraciones religiosas, se efectuaban en un principio en domicilios particulares. En cuanto a la definición del patrono del poblado, la elección recayó sobre San Bonifacio, por tratarse del Santo que había acompañado a los inmigrantes a la zona. Transcurrieron varios años, hasta que en la década del 70 fue inaugurada la actual Capilla San Bonifacio.

Capilla “San Bonifacio”, en la localidad de La Criolla, a tan solo 5 km de la colonia homónima. En homenaje al Santo que asistió espiritualmente a los colonos en su viaje al continente americano.

En cada rincón de la patria, una escuela rural

Sobre la ruta provincial, la presencia de la Escuela N° 49 “Gregoria Pérez” nos llena de alegría y de esperanza. Allí, donde esa niñez dulce e ingenua atraviesa diariamente, desde hace tantos años, correteando, ansiosa, con toda su energía, esa distancia hacia las aulas, el conocimiento, la amistad, los juegos. Y una quimera resplandece, y nos hace confiar en un futuro más justo, más sólido, más íntegro.

La Escuela N° 49 honra a Gregoria Pérez (1764-1823), una mujer que puso sus bienes a disposición del  ejército que se dirigía al Paraguay, al mando del Gral. Belgrano, en octubre de 1810, por esto es conocida como “la primera Dama Patricia Argentina”.

La directora, Docente Mónica Froschauer, maestra, directora, secretaria, bibliotecaria, las funciones todas en una persona que elige desde temprana edad ser Maestra, porque así se define ella más allá de todas las tareas que desarrolla, con una enorme dedicación, y que le son inherentes, por tratarse de una Escuela Rural con Personal Único. Cuenta este año con 14 niños; algunos de ellos vienen desde lugares lejanos, y se trasladan a caballo.

El tiempo pasará y él no olvidará su pequeña gran Escuela 49, así como tampoco olvidará que a ella llegaba tras un extenso recorrido junto a su más noble compañero, su caballo.

Nos cuenta la Docente que la institución fue fundada en el año 1938, en Colonia Curbelo, Distrito Yeruá; era por ese entonces la Escuela N° 50. Contaba con 36 alumnos; y su primera directora fue la Srta. Dolores Cabrera. Tres años más tarde, debido al traslado de colonos hacia otros lugares, luego de un censo estadístico, el Consejo General de Educación resolvió reubicarla en el lugar actual. Como los niños eran hijos de inmigrantes, se presentaban algunas dificultades con la comunicación al no hablar ellos el idioma español. En 1975, pasa a ser Escuela N° 49, un año antes se había inaugurado el actual edificio.

Un reducido grupo de alumnos protagoniza cada día un proceso que involucra su crecimiento, en un contexto que el campo ilumina y ofrece sus aromas para que puedan mezclarse con la tiza, el pizarrón, el lápiz y el cuaderno.

Si venimos desde La Criolla, en cercanías del Apeadero 329 del Ferrocarril General Urquiza, se encuentra la Escuela N° 61 “Mi patria chica”, también de nivel primario, inaugurada en el año 1929. Su directora es la Profesora Rossana Coppini, una docente que a través de sus palabras refleja su entrega y entusiasmo ante la tarea docente. Nos manifiesta que cuenta este año con 68 alumnos.

Palabras e imágenes que constituyen el logo institucional, a través del cual la identifican.

Es una Escuela Rural de Cuarta Categoría, con dos docentes que tienen dos grados a cargo, y una directora con dos grados a cargo también, con todo lo que esta situación conlleva, ya que se encuentra la Prof. Coppini ante dos roles importantísimos que debe ejercer.

Sobre el mástil amarillo, emblemática tonalidad de la Escuela “Mi patria chica”, “la Bandera de la Patria, vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras”. (Joaquín V. González).

Se trata de una Escuela NINA, contextualizada en un proyecto de extensión de jornada en escuelas primarias, con los siguientes talleres a contra-turno: Acompañamiento al Estudio, Inglés, TIC, Teatro y Arte, Huerta y Alimentación Saludable, Corporeidad y lenguaje artístico, Folklore.

Una jornada escolar matutina, cargada de dinamismo, donde un clima compatible, un cielo diáfano y un fondo arbolado se suman para componer una admirable postal.

Desde épocas lejanas y hasta la actualidad, en la zona es conocida como “la Escuela Amarilla”, debido a que su edificio ha lucido siempre este color.

En toda su agreste dimensión, resplandece la “Escuela Amarilla”, junto a la más tierna imagen de una niñez que al haber pisado sus aulas, la guarda celosamente en su corazón. (Imagen del año 1980, cuando la Sra. Ana Reeschuch cursaba su primer grado).

Las viviendas en su inigualable marco paisajístico

Todos los caminos nos ofrendan un paisaje típicamente campero, con viviendas que se observan a lo lejos, desde tranqueras que dan inicio a un extenso sendero, arbolado en algunos casos, florido en otros, que hay que transitar para llegar a ellas, allá en el fondo. Un trayecto que, adultos hoy, ya no nos parece tan largo. Diferentes estilos, clases, según gustos y prioridades de sus habitantes. Algunas construcciones de dos aguas, tradicionales casas de campo que, junto al camino y a los árboles de sus alrededores, constituyen el clásico dibujo que se aproximaba a nuestras primeras creaciones artísticas.

Huellas de un camino que entre pasturas y palmeras conducen al lugareño a su morada.

Otras edificaciones, más modernas, con materiales y formas distintos. Sin embargo, coinciden todas con la vegetación que las rodea, y con la presencia de un galpón a los costados, indispensable para el labrador que tantas herramientas de trabajo, monturas, rebenques y guascas, desde épocas inmemoriales, indudablemente debe cuidar y proteger. Todo elemento tiene asignado un valor, un interés, una utilidad, y si no es así, una significatividad vinculada a lo afectivo, a los recuerdos, a ese pasado inmigrante que hizo crecer a la colonia.

Árboles de especies diversas, cuya frondosidad se despliega y regala una sombra benefactora a quienes habitan la vivienda.

En las márgenes de estas casas, podemos descubrir amplios espacios destinados a quintas frutales, a plantaciones de eucaliptos, que forman parte también de los procesos productivos del lugar. Y animales que van hacia arroyos y tajamares en busca del agua, sagrada en esos lugares, y de pasto, sublime sustento que la naturaleza les concede.

La ganadería conforma el paquete de actividades agrícolas de Colonia San Bonifacio y sus alrededores.
 

Una naturaleza que sorprende

Una de tantas veces, cuando dejábamos la colonia, para dirigirnos hacia la cercana localidad de Los Charrúas, cautivados ante tanta belleza natural, descubrimos un ser peculiar, como si fuera  el corolario de toda esa hermosura que nos rodea a ambos lados de cada trayecto, una espátula rosada, que se movía en el borde de un pequeño arroyo, grácil, de patas largas, pico aplanado, exhibiendo su coloración rosa en algunas partes de su plumaje, ajena a cuanto pudiese ocurrir en su entorno, sumergida en su mundo de quién sabe qué filosofía existencialista. Teros y patos que deambulaban por ahí quedaron definitivamente opacados, amedrentados, ante singular encanto.

La espátula rosada, peregrina de los bordes de arroyos y lagunas en busca de alimento.

En síntesis

Colonia San Bonifacio, apenas conocida, probablemente solo sepan de su existencia quienes concurren a menudo a las ciudades de La Criolla, o Los Charrúas, por su ubicación en esas inmediaciones; no obstante, se trata de una localidad que porta una rica historia de inmigrantes, quienes han labrado sus tierras, han construido sus familias, han edificado sus viviendas, han luchado “de sol a sol” -como se dice en el mundo rural-, han soportado todas las inclemencias del tiempo, han educado a sus hijos; y así, visiblemente van quedando los frutos de tanto esfuerzo, las huellas del camino emprendido, las enseñanzas a los más jóvenes, para que esa historia se siga escribiendo.

Con expectativas de regresar dejamos siempre la colonia. El paisaje, la historia y los proyectos de su gente, el sabor a infancia, todo nos indica que tenemos que volver.

Un especial agradecimiento a las siguientes personas, por su gentil y desinteresada colaboración para la elaboración de este artículo: Olga Huber, Ana Reeschuch, Ariel Mazetto, Raúl Dirié, Violeta Delfin, Docentes Mónica Froschauer, Rossana Coppini y Alejandra Benítez.

Texto y fotografías: Prof. Nélida Claudina Delfin