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27 de julio de 2024

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Lee desde otra perspectiva

Poesía con sabor a infancia…

Si bien es vasta la obra de Juana de Ibarbourou, y de una amplia gama temática, que va desde el amor y la nostalgia hasta el destino y la muerte, creo que muchos la recordamos por aquel eximio poema que conocimos en nuestra escuela primaria titulado “La higuera”, que de esa época quizás solo nos hayamos quedado con la fealdad del árbol de tronco grisáceo y hojas grandes y ásperas. Pero, como todo lo que en nuestra memoria ha sido cuidadosamente conservado, hemos querido en alguna oportunidad reencontrarnos con él y ver qué de nuevo podíamos descubrir.

LA HIGUERA

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

Un ser empático, que se ubica en el lugar de una planta en constante congoja, y con su actitud intenta brindarle un instante agradable para que ella pueda sentirse valorada.

“Juana de América”, como fue proclamada en el Palacio Legislativo de su país en 1929, con la presencia de varios poetas e intelectuales latinoamericanos, había nacido en la oriental ciudad de Melo, en el año 1892. Incursionó en varios géneros literarios, entre ellos en poesía, cuentos, relatos y obras de teatro. Recibió distintos premios a lo largo de su carrera, de su país y de entidades internacionales. Fue presidente de la Sociedad Uruguaya de Escritores en 1950.

Lenguaje sencillo, sin complejidades conceptuales, prosa y versos escritos con naturalidad, son las principales características de su producción poética. Pasaron por ella la alegría, el dolor, y todas las sensaciones que el alma humana transita.

Copa ancha, poca altura, tallos lisos de corteza gris, algunas de las particularidades de este árbol frutal que Juana de Ibarbourou eligió para asignar un valor que superficialmente no exhibe.

Si bien el objetivo es acercarnos a algunos de sus versos, no podemos dejar de mencionar su más reconocida obra en prosa, “Chico Carlo”, una serie de episodios de diferentes momentos y situaciones de la infancia de la narradora, colmados de emotividad y mágicos instantes de una época que no vuelve, con algunas reflexiones de la mujer adulta, que hoy se pregunta por fantasías y misterios que celosamente guarda en su corazón.

¡Cómo olvidar a Chico Carlo, aquel huraño muchachito de quien la narradora no supo qué extraño vínculo la había acercado a él, su leal compañero de infancia, al que con tanta genialidad supo retratar en su obra!

“El vendedor de naranjas” es un exquisito poema que refleja el paso del tiempo a través de dos realidades, los recuerdos de su niñez a partir de la imagen de un “muchachuelo” con esa tarea, y la melancolía de esa mujer adulta que entiende que aquella fue su mejor etapa.

Quizás la autora se haya visto reflejada en ese niño que acarreaba naranjas en su canasta y, como esas cosas que uno no olvida nunca, se agolparon en su mente reminiscencias de aquellos años dorados, únicos e irrepetibles.
“Pide el precio más alto que quieras. ¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!”

Otra poesía que nos parece interesante presentar es “Calma”, con el paisaje como protagonista, durante una noche de luna en que la sensibilidad de la poetisa puede captar cuanta imagen circunda, brillo, misterio, sonidos y silencio, aromas, todos los elementos del paisaje, humano y natural, con adornos poéticos que dejan traslucir ese estilo tan particular de Juana de Ibarbourou de manifestar casi espontáneamente algo descripto con maestría. Una magnífica semblanza que suma versos exclamativos en los que evidencia el sosiego, que la lleva a olvidar su pena más honda.

Expresiones antitéticas, como “polea gastada” y “joven gajo”, resaltan la significatividad y la belleza del paisaje.

CALMA

La Luna estampa en el cielo
su faz de moneda nueva.
Sobre el trigal amarillo
hay parpadear de candelas.

Los pinos son misteriosos
en esta noche tan clara,
y hasta el ladrar de los perros
trae emoción a mi alma.

Junto al pozo, que está en ruinas
florece una madreselva.
En la polea gastada
un joven gajo se enreda.

Y no se escucha un murmullo
ni se oye un rumor de agua,
¡parece que el ruido duerme
o que el silencio soñara!

pasa un muchacho cargado
con un haz de alfalfa tierna.
¡hasta el alma se me filtra
este buen olor a hierba!

y es tan serena la noche
y es tan intensa la calma,
que se adormece mi angustia
y se evaporan mis lágrimas.

Soberbia, magnífica, elegante, como Juana de Ibarbourou la presenta en sus primeros versos, a la altura siempre de un paisaje de ensueños.

Para finalizar esta presentación, elegimos “Reencuentro”, una obra que también expresa el transcurrir del tiempo en esa constante oposición presente/pasado, junto a un río que le permite reencontrase con aquella jovencita alegre, inquieta, bulliciosa.

Una poesía colmada de adjetivos que describen con mucha precisión las etapas de su vida: “el agua de mis tiempos”/ “la dura ciudad sin una fuente”.
“Sobre su frío espejo balanceaba la noche la misteriosa gracia de la sombra y la luz”.

Juana de Ibarbourou nos cautiva cuando conocemos su obra, y cuando volvemos a ella, porque la poesía es el instrumento que magistralmente emplea para describirnos la vida, con todos sus avatares, con sus ruidos y con sus silencios, con sus bondades y con sus obstáculos, el ayer y el hoy, y por encima de todo, sus sensaciones que con exquisitez expresa en un sinnúmero de imágenes, portadoras de sus percepciones, de sus impresiones, de su aguda sensibilidad, de sus recuerdos, de esa nostalgia que muchas veces entendemos como una eterna gratitud por lo que en otros tiempos sucedió, y como la esperanza en el tiempo por venir.

Agradecimientos: A Santiago Rebollo Martin por su colaboración con material fotográfico.

Texto y fotografía: Prof. Nélida Claudina Delfín