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3 de diciembre de 2024

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Lee desde otra perspectiva

¿Cómo enfrentar, a los 21, las crisis y los miedos?

A lo largo de la vida, de acuerdo con la investigación que realizó el antropólogo Roberto Pérez sobre las culturas antiguas, existen periodos de siete años en los que el ser humano entra en crisis. En este proceso, podemos abrir, mirar y enfrentar las cosas o podemos tapar, cerrar y querer olvidar. Si esto ocurre, en el próximo momento de crisis la presión será más fuerte. Crisis no es sinónimo de pelea, de drama, de ruptura; es sinónimo de oportunidad, de transformación y de crecimiento.
Tomar distancia de la rutina y acercarse a la naturaleza puede ser una opción para encontrar el sentido de la vida.

      Hacia los 21 años y hasta los 28 aproximadamente, los jóvenes se enfrentan al MIEDO A LA CONTINUIDAD. Es el miedo a todo lo que significa un ritmo permanente, la rutina.

       El modelo social contemporáneo genera la creencia de que dedicarnos con perseverancia y compromiso a cosas que implican ritmos constantes es sinónimo de perder la libertad. Pareciera que poder hacer de todo sin responsabilidad ni dedicación permanente fuera el ideal para una vida mejor, más placentera y menos pesada… ¿Será así?

       De nuevo, nos encontramos con otra interpretación limitante. La vida no es rutinaria; nosotros la hacemos así. Es pura exclusivamente nuestra responsabilidad que la vida se transforme en algo agobiante y desgastante, dice en su libro Los miedos en las etapas de la vida, Roberto Pérez, filósofo.

       A veces, las crisis producen temblores necesarios y, otras veces, simplemente permiten reafirmarnos en el camino emprendido y consolidar nuestras opciones de vida.

Crisis, término de origen griego, como momento crítico, decisivo.

La actitud ideal para esta etapa es la creatividad.

Creatividad no significa hacer algo extraordinario, sino que se refiere a realizar de modo extraordinario lo ordinario de cada día. La dedicación y el compromiso implican expandir lo que somos de modo que todo lo que hacemos es una oportunidad para mostrar lo que aprendimos y cómo crecimos en nuestro interior. Si pensamos así, no existe ninguna rutina repetitiva; expandimos y manifestamos permanentemente nuestra evolución. Lo rítmico se llena de vida; entonces, en el hacer, maduramos lo que somos.

    Ahora es mucho más importante que los adultos contagiemos el valor de la creatividad a través de nuestra propia vida. Por ejemplo, si en la casa donde vivimos no se hace el mantenimiento y pequeñas transformaciones del espacio después de años, esto puede significar que la parálisis comenzó a afectarnos… No se trata de comprar todo nuevo, sino de renovar con imaginación para que lo cotidiano se refresque con una nueva vitalidad. Lo importante es que el afuera manifieste un interior lleno de asombro y entusiasmo, ya sea con flores naturales, adornos nuevos, fotos actualizadas, pintando las paredes de un color distinto y deshaciéndonos de lo superfluo que se acumula.

La importancia de los viajes en esta etapa.

El elemento en esta etapa de la vida es la tierra. En especial, la naturaleza, el contacto con la Madre Tierra; caminar, recorrer montañas, campos, playas. Involucrarse con los animales y la vegetación en plenitud. Esto les permite a los jóvenes vivenciar “la creación”; es decir, la vida natural siempre es creativa, la vida artificial suele ser repetitiva. La naturaleza tiene sus ritmos, pero no hay un amanecer igual al otro, ni una primavera ni un día de lluvia que se repitan. Cuando los jóvenes descalzan sus vidas y respiran la creación natural, pueden impregnarlas creativamente. La tierra los aterriza. Los compromete a asumir su parte responsable en el crecimiento comunitario. Es tiempo de encontrar la actividad más adecuada a lo que cada uno es, al talento que cada uno trae y que, quizás hasta esta edad, es casi un desconocido; el compañero o la compañera de nuestras vidas que no se encuentre atado a ninguna estructura o designio familiar; también es la etapa de sostenerse económicamente, lo que redundará en una sensación de libertad más realista. Para todo esto es necesario una actitud creativa frente a la vida.

El contacto con la naturaleza permite vivenciar la creación y desarrollar la creatividad.

       La vida en la ciudad, la necesidad de lograr seguridad económica, la competitividad en el ámbito laboral, el ritmo acelerado ante las urgencias no favorecen la posibilidad de acercarse a la naturaleza. Por el contrario, todo esto nos aleja de los ciclos naturales, del descanso, de una mirada más contemplativa y más profunda.

       Aquí, la responsabilidad como adultos pasa por apoyarlos espiritual y económicamente cuando se pueda, para que este retiro a la vida natural fecunde sus propias vidas, permitiéndoles ser protagonistas y no espectadores en una sociedad contaminada por el apuro y la competencia.

Es tiempo de encontrar el sentido, el propósito y la misión de la vida

       El nivel de conciencia es el nivel de conciencia transpersonal. Si en la etapa anterior la conciencia existencial invitaba a los jóvenes a plantearse el significado de la vida propia y colectiva, ahora es el momento en el que deben encontrar cuál es el sentido, el propósito y la misión en sus vidas. Platón decía: “Un ser humano conquista su alma a los 28 años”. Por consiguiente, este período de los 21 a los 28 años es el adecuado para hacer consciente el para qué estoy en esta vida. Cada uno de nosotros es como un instrumento musical. Si no sabemos para qué estamos aquí, vivimos haciendo ruido o tocamos la música de otro.

Las redes sociales pueden ser un vehículo para manifestar
cuáles son las cosas importantes en la vida.

Muchos desconocen que encontrar el sentido en la vida es directamente proporcional a una vida plena y feliz, alejada de la depresión en los años que siguen.

Según Viktor Frankl existe un nexo estrecho entre suicidio y pérdida del sentido de la vida. Lo que les sucede a muchas personas es que no saben para qué viven, o piensan que la vida no tiene sentido. Se trata de un fenómeno en proceso de expansión, difícil de contener, que afecta principalmente a los jóvenes. También como lo llama el psiquiatra francés Janet “sentiment de vide”, entendido no solo como sentimiento de vacío, sino también como falta de contenidos. (Tema que trataremos en próximos artículos de esta revista).

       Hoy en día existen muchos funcionarios religiosos y pocos maestros espirituales. Hay muchos profesores que viven enseñando y pocos maestros que enseñan viviendo. Hay muchos padres que dicen qué es lo mejor para sus hijos, pero no son felices. Por ello, es tan necesario crear ámbitos de encuentro con personas sabias que orienten, disciernan, apoyen el autoconocimiento, permitan generar preguntas existenciales para que los jóvenes encuentren su lugar en el mundo.

El olfato, un sentido clave para las elecciones de la vida

       El sentido físico que se debe desarrollar en esta etapa es el olfato. Si ya era difícil pensar en educar el tacto de los jóvenes en la etapa anterior teniendo en cuenta su repercusión en el diálogo de los cuerpos con sus futuras parejas, lo que a continuación se expresa parecerá una utopía difícil de alcanzar.

       Las culturas antiguas entendían que el desarrollo del olfato activaba la glándula pituitaria. Esta, a su vez, activaba la glándula pineal y, finalmente, se activaba el hemisferio derecho del cerebro. Por lo tanto, el sentido del olfato despertaba la intuición y el sentido común, capacidades fundamentales para las elecciones de la vida que cada joven debe afrontar.

¿No será que hipertrofiamos el hemisferio izquierdo con tanta intelectualidad y tantas habilidades prácticas?

¿No será que se hace mucho, pero no se sabe bien para qué? ¿No será que la pregunta sobre la finalidad, el propósito y el sentido de nuestra vida se posterga tanto que termina olvidándose?, se pregunta Roberto Pérez.

       Los jóvenes pagan el precio de una cultura que atiende lo inmediato y olvida lo importante. Por eso, el hastío y las adicciones placenteras para salir de ellos llevan a consumirse consumiendo ..