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27 de julio de 2024

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Los miedos entre los 7 y 14 años. ¿Cómo ayudar a superarlos?

El desarrollo pleno del ser humano depende del gobierno interno de los miedos. Una persona, en cualquier campo de actividad en el que decida desenvolverse en la vida, necesita tener sus miedos identificados y gobernados para poder ejercer bien su rol. Siguiendo las etapas de la vida, en este artículo vamos a centrarnos en la etapa que va desde los 7 y hasta los 14 años. Como se hace referencia en otro artículo de esta misma revista, este estudio sobre los miedos fue hecho sobre antiguas culturas de Oriente y Occidente, principalmente la importancia que ellos le daban a este tema y las cuestiones que se contemplaban para que la persona se desarrolle en plenitud. Hoy las neurociencias, desde otra óptica, terminan confirmando aquello que las viejas culturas habían observado sobre las etapas y sus ciclos de siete años.

Es la frase del filósofo Roberto Pérez, y explica luego que la salud de la convivencia es directamente proporcional a la posibilidad de decir lo que me pasa: si tengo miedo de decir lo que siento y lo que me pasa, la comunicación ya no es transparente y la convivencia comienza a diluirse. Es sumamente importante el amor y la confianza de la familia para que los hijos puedan hablar de sus miedos en vez de taparlos o callarlos. “Cuando por miedo a que el otro se enoje, se vaya o no me quiera, no digo o hago lo que realmente pienso o siento, ya no hay verdadero amor. Mi amor está condicionado; no soy libre y vivo amoldando mi vida para evitar conflictos”.

¿Qué miedos aparecen entre los 7 y los 14 años?

A partir de los 7 años y hasta los 14 aparece este nuevo miedo. Es el miedo a la CERCANÍA- El niño, en la primera parte de esta etapa, tiene miedo a que alguien le haga algo y ese miedo se manifiesta de diferentes formas. Al principio, desde lo siete a los diez, aproximadamente, puede suceder que tenga miedo a ir solo a alguna parte más oscura de la casa; a que haya alguien debajo de la cama, miedo a monstruos, fantasmas o seres sobrenaturales. Suele soñar con cosas terribles y generalmente alimenta estos miedos con películas de terror de la televisión. No es conveniente que los dejen solos con computadoras o celulares porque van a tender a buscar información que les confirme sus propias sospechas y lo único que van a agregar es más inestabilidad. A veces los padres o los hermanos mayores los obligan a que vayan a lugares a los que ellos no quieren ir por miedo. También suele suceder que cuando los adultos descubren los miedos de los más chicos, en vez de ayudar a superarlos, hacen de ellos un motivo para divertirse o lo utilizan para corregir conductas. Por ejemplo, si advierten que el niño se asusta con insectos, fantasmas o cualquier ser que ha visto en alguna película, aprovechan para decirles que si se porta mal van a aparecer. En vez de usar otros métodos para corregir a los hijos, incrementan sus miedos y con ello sus inseguridades.

Los niños temen los lugares oscuros, aunque no lo manifiesten, y es contraproducente obligarlos o dejarlos solos.

Pero deberían tener en cuenta que los impactos emocionales negativos se generan por exponer a los niños a situaciones traumáticas. Esto provoca en ellos pánico o sensación intensa de ansiedad, la cual no frena hasta que la acción o hecho que la provoca se detenga.  Los síntomas pueden observarse cuando no quieren apagar la luz y quieren tener a alguien al lado para dormirse, es conveniente que en este caso los acompañen. Pueden hasta tener una regresión y orinarse en la cama. Es un proceso producto de miedos que tiene, no los puede resolver, y esa es la manera de manifestarlo.

Los miedos en la pubertad

Paulatinamente estos miedos, que al principio son más imaginarios, se transforman en otros más terrenales, que continúan siendo a la CERCANÍA, pero ahora es a que otra persona les haga mal. Acercándose a los 14 años, esto empieza a ser cada vez más consistente, miedo a las burlas, miedo a que no lo quieran, miedo a que no lo elijan cuando van a algún juego en equipo, miedo a que nadie se quiera sentar con él/ella o no quieran hacer el trabajo práctico grupal que pidió el docente, miedo a que se burlen porque es gordito o gordita, o porque tiene anteojos.

No ser el elegido para jugar en el equipo es uno de los miedos de los niños en esta etapa.

Por eso aparece la actitud de negación o aislamiento frente a determinadas invitaciones. Por un lado, hay que tener mucho cuidado porque es un etapa donde empieza el desarrollo hormonal, la preadolescencia, y lo peor que podría pasar es sufra algún tipo de abuso sexual. Si sucediera, eso podría marcar la vida entera. Si realmente hubo un daño de esta naturaleza, es una gran responsabilidad de los tutores tratar de que lo resuelva concurriendo a un especialista, de lo contrario se crean traumas que van a resultar difíciles de superar. Lo mismo si el niño o algún familiar directo sufre algún hecho de violencia. Siempre hay que ayudarlos a superar los miedos porque deben integrarse a la vida social con la mayor seguridad posible.

¿Cuáles son las actitudes que deben tener los adultos para que el niño supere los miedos?

Es darles SEGURIDAD, darles confianza para que puedan enfrentar las cosas, paulatinamente, porque si les dicen, no salgas, no vayas, quedate; el día que no esté con el adulto al lado no va a saber qué hacer, porque va a estar acostumbrado al amparo todo el tiempo. En cambio, cuando se lo empieza a soltar gradualmente, se comienza a tener confianza en que él lo va a poder resolver, se lo ayuda a que piense, desde muy temprano se le advierten sobre los peligros, pero no para que aumente sus miedos sino para que tenga cuidado, seguramente va a decidir bien.

Hay que permitir que empiece a darse autoridad a sí mismo, ponerlo frente a la toma de decisiones simples y sencillas. La habitación ordenada es una norma, pero la decisión de cómo se ubica cada cosa puede ser de ellos, entre otros muchos ejemplos.  

Ponerlo frente a la toma de decisiones simples y sencillas como, por ejemplo, qué peinado elegir.

Debemos darles además  AUTONOMÍA

¿Qué es la autonomía?. El punto medio entre la independencia y la dependencia. Algunos ejemplos: ¿Quiere cruzar un arroyo con peligrosas piedras? Si el adulto le dice, cruzá que yo voy detrás para evitar que te caigas, eso sería dependencia. En cambio si le dice, hacelo, y se va del lugar, eso es independencia. La autonomía es darle autoridad para que cruce el arroyo pero sin perderlo de vista, es decir no con él, pero si pasa algo y llama, poder acudir en su ayuda.  Lo mismo si se quiere entrar en el mar, saltar en el río, subir a un árbol, se le da permiso, mientras se lo mira de lejos, lo suficiente para socorrerlo si necesita ayuda. Pero fundamentalmente es ayudar a que se anime. Se puede caer, puede lastimarse, sí. Pero es parte del aprendizaje y de a poco se le va mostrando que puede. Muchos padres, por sus propios miedos, los terminan atrapando. Los niños quedan presos de sus propios temores y de los miedos de los adultos, condenados a no tomar decisiones.

Dejarlos cruzar un arroyo mirándolos desde la distancia para acudir sólo si es necesario.

¿Cuándo los padres son cómplices de los miedos de sus hijos?

La sociedad de consumo vende ideales de belleza, inteligencia o perfección en muchos aspectos, pero son los padres que los compran y comparan a sus hijos con otros de su misma edad. Entonces empiezan a ver los defectos, sin decirlos directamente, pero alientan a que se queden en casa o no participen en determinadas actividades por temor a que su hijo sufra el rechazo o la burla. Escuchamos afirmaciones como  “a él o ella no le gusta salir, prefiere quedarse en casa”, “le compramos juegos nuevos para la compu”, entre otras expresiones que denotan la influencia y la complicidad  con  el adolescente para que no enfrente situaciones discriminatorias.

La madre o el padre proyecta actividades con el hijo adolescente para que su miedo se disuelva. Es lo peor que pueden hacer porque están  malformando su conciencia, entonces cada vez que sienta miedo a algo se queda, no va. Su decisión será siempre desde el miedo. Deben darse cuenta de la importancia de empujarlos del nido a esta edad, gradualmente. Darles seguridad, autonomía, que tengan esa sensación de que pueden. Sobre todo para que, cuando el adulto no esté presente, ese hijo sepa defenderse. La autonomía a esta edad es llevarlo y luego buscarlo, por ejemplo a las reuniones de amigos, saber qué adulto es el responsable. Siempre los padres deben estar informados pero no impedirles, consciente o inconscientemente, que salgan.  

El fuego potencia el desarrollo espiritual y emocional en esta etapa.

En las antiguas civilizaciones incorporaban los elementos de la naturaleza como potenciadores del desarrollo espiritual y emocional. En esta etapa es el fuego, que aviva la fuerza de ellos. Algún día recuperaremos la conciencia que tenemos ancestral de las fogatas de las tribus. Es bueno tratar de promover el contacto con este elemento. En esta edad es sano que participen en campamentos; los fogones que en ellos se realizan son momentos muy educativos, los llenan de energía, los ayudan a manifestarse desde su interior y les abre lugares íntimos permitiéndoles expresarse libremente.

Los campamentos, entre los 10 y 14 años, potencian el desarrollo emocional y espiritual en los niños.

El fuego es un elemento que dinamiza a los niños y potencia su entusiasmo para enfrentar la vida. Razón por la que a los más chicos en esa etapa les encanta la pirotecnia, prender hojas secas, prender velas u hornallas. Por eso siempre quieren ayudar en la cocina. Les atrae el fuego. Como los adultos no entienden esto, no les dan la oportunidad, como quizás tampoco se la dieron a ellos y con el tiempo se olvidaron de esta etapa. A veces un chico le pide al padre para hacer el fuego cuando va a hacer asado, pero el padre no le permite por miedo a que se queme. Lo más conveniente es dejarlos y acompañarlos en ese momento para evitar accidentes, porque si deciden hacerlo a escondidas pueden resultar lastimados.

El bullying en la adolescencia y los padres como partícipes necesarios

En la etapa anterior hasta los 7 años el nivel de conciencia fue la del YO; ahora es la CONCIENCIA SOCIAL. Por eso, entre los formadores, padres y docentes, debe existir la responsabilidad de enseñarles a que aprendan a pensar en plural y no en singular. Es el momento de reafirmar el sentimiento de empatía. Ponerse en el lugar del otro. Los adultos enseñan con el ejemplo, fundamentalmente. Si les enseñamos a que siempre estemos alerta ante algún ataque verbal o físico de algún compañero de la escuela, les estamos enseñando a que los demás son nuestros enemigos. Si, por el contrario, frente a alguna agresión optamos por considerar que la otra persona se encuentra mal emocionalmente por algún problema, les mostramos que por un momento nos pusimos en lugar del otro para entender su situación. No se trata de perdón sino de comprensión. La búsqueda de la solución será desde el entendimiento no desde la venganza. A veces, lamentablemente, los padres previenen a los hijos indicándoles cómo vengarse frente a una agresión. Por ejemplo; “Si te dice gordo” contestá, “ Negro de m…” ; “si te dicen, burro, contestá,  hijo de….” ; “si te dicen, petiso,,,”  Y hasta suelen averiguar las condiciones o la familia en la que vive el otro niño para buscar más frases defensivas o de confrontación.  En estas situaciones, los padres, más allá de su impotencia por el dolor causado al niño, deben pensar en lo que está aprendiendo su propio hijo, no en cómo vengarse. Porque, sin advertirlo conscientemente, está dirigiendo la observación del chico al encuentro de posibles enemigos. Y como dice la frase: El que busca, termina encontrando. Será mejor que aprenda actitudes para encontrar muchos amigos, que se le abran puertas en la vida y esto depende de los modelos en los que él se refleje.

Por eso la importancia de la repensar las respuestas, no solo las que se le van a sugerir a los niños, si no también las respuestas de los adultos frente a situaciones similares. Los niños miran todo el tiempo a los padres, son los modelos de conducta que tienen. Por ejemplo, cuando los adultos se embarcan en proyectos solidarios, aunque nunca les digan a los hijos que lo hagan, seguramente veremos a los adolescentes muy creativos proponiendo ideas de cómo ayudar a los demás y poniéndolas en práctica.  

Los adolescentes son solidarios naturalmente cuando ven a sus padres ayudando a los demás.

En esta etapa de la vida aparece, en algunas familias, como centro el tema de la burla o la agresión. Hoy en día el humor es el blooper, la cargada, la gastada. Lo más dañino en un hogar es cuando el padre se burla de la madre o viceversa, o de algún familiar, y los chicos lo ven. Eso es veneno puro en la conciencia de los ellos. Cuando hay problemas de burlas en la casa o en la escuela, el bullying, hay que ser muy terminantes. Un niño o una niña que se burla de los otros, está enfermo y el que recibe esa agresión se está enfermando. No debe darle lo mismo a una madre seguir mandando a ese colegio o al club, si la maestra, el entrenador o la dirección no hacen nada para evitar esto en el grupo que tienen. Lo tiene que cambiar de colegio o de club, porque dejarlo ahí es exponerlo a que siga de una manera u otra alimentando una enfermedad.

Los docentes o los entrenadores deben poner límites ante las agresiones y fomentar la amistad entre los niños.

También deben prestar atención los padres cuando existe alguna advertencia, de algún docente o entrenador, sobre las burlas de su hijo hacia sus compañeros. A veces los adultos cuando lo escuchan no le dan la debida importancia. Deben tomarlo con la misma preocupación como si las agresiones fueran hacia su propio hijo. Es el momento de que recapacite y que aprenda la importancia de ponerse en el lugar del otro. Por supuesto que en casa se puede permitir alguna broma pero cuando pasa el límite hay que ser muy firme en el llamado de atención. Capitulo aparte será el inconcebible, pero existente bullying de los adultos, familiares o docentes, hacia los niños.

El saludo construye puentes de confianza.

En esta tapa de la vida también es importante enseñar a saludar. Hasta los 7 años un niño o una niña que no salude puede ser un problema de timidez, de vergüenza, pero a partir de los 7 años hasta los 14, si no saluda es porque los padres no entendieron la tarea de esa etapa de la vida. El saludar al otro es un gesto de dignidad, en todas partes. Pero también es tender redes de apertura comunicacional a todos los que nos rodean y esa onda positiva regresa siempre, energiza y revitaliza. Cuántas veces, por el solo hecho de que alguien nos salude siempre, lo consideramos conocido y hasta hacemos la evaluación de que “es una buena persona”, cuando en realidad lo único que hizo fue abrirnos el canal de comunicación para construir un puente de confianza.

Los adolescentes deben ver los valores detrás de las normas.

Aquí la importancia de las normas a esta edad, hasta los siete años se imponen por autoridad del adulto “por tu bien”. Pero ahora, cada vez que se impone una norma, el adulto tiene que explicar el valor que la sostiene, y ser formador de los hijos. Si los padres se cansan y empiezan a poner normas sin enseñar los valores que están detrás, lo sigue tratando como a un niño más pequeño de lo que es. Y si no pone normas ni valores, las graves consecuencias las van a vivir los adultos cuando el niño llegue a la adolescencia. Hay chicos mas dóciles que otros, con unos será más fácil que con otros, pero los padres no deben mentirse. Si no hacen las cosas bien, están fallando como tales. Hay cosas que no se permiten. No porque molesten a los padres, sino porque están en contra de un determinado valor. Y esto se empieza en casa, si un chico empieza a hablar mal de alguien que no está presente, es el momento de educar, porque hay que trabajar el valor de la dignidad. Si el padre o la madre, encima de que él empieza a hablar mal de alguien que no está, se suma y sigue hablando mal de él, la mala enseñanza que está recibiendo ese niño es sumamente perjudicial. Otro ejemplo habitual, que pasa desapercibido para muchos padres, es cuando, en una conversación personal o por teléfono con un amigo, hablan mal de su pareja,  de su suegra, de su madre o de su cuñada o de cualquier persona, mientras el chico está jugando al lado. Los niños escuchan todo y principalmente si existe una conexión emocional.  Peor aún, hablarle mal de su familia a un niño puede generar resentimientos en un futuro y no siempre es con el otro, muchas veces allí comienzan a hacerse un concepto negativo de sus propios padres. En estos casos, si los adultos pierden la autoridad moral será difícil recuperarla. Por eso deben entender que el peor daño se lo ocasionan a sus propios hijos, porque terminarán albergando sentimientos que, además de entorpecer las buenas relaciones familiares,  nunca son buenos para el desarrollo emocional de una persona.

Enseñamos lo que sabemos, pero contagiamos lo que vivimos.

El sentido de esta etapa es la vista. Los niños empiezan a ver la vida. Los adultos deben acompañarlos.

Y el sentido de la vida, en esta etapa, es el sentido de la vista. Por eso es el gran tiempo donde hay que ayudar a los chicos a ver la vida.  Y es aconsejable compartir libros, películas, espectáculos en general. Y hablar sobre ello. De esta manera se les ayuda a ver lo que leyeron o vieron. Eso es hacer filosofía en casa. Si les pide a los chicos entablar una conversación sobre algún tema, quizás ellos no sepan de qué hablar; pero si se les menciona los personajes de libros o películas y se habla de ellos, el adulto va a saber qué están pensando. Por lo que digan del personaje, están diciendo lo que piensan del tema, y allí radica la importancia de este ejercicio. Es el momento de hacerle ver que tienen algo que corregir, puede ser de gran provecho ese tiempo compartido. Por ejemplo, una novela corta que atrapa a los adolescentes es: Los ojos del perro siberiano, del autor Antonio Santa Ana, de la que hacemos una lectura sobre el contenido en valores, en esta misma publicación.

 Para ver con ellos es interesante: El valor de una promesa, una película del año 2011. En inglés aparece como Finding a Family. El título en español lo propusieron los traductores ajustándose más al contenido y no a la traducción literal. Está basada en un hecho real, y es la historia de un adolescente que a pesar de todas las adversidades logra sus sueños. Verla con los hijos entre los 10 a 14 años es muy aconsejable por la charla posterior que puede entablarse.

¿Qué significa entonces enseñar a ver la vida?

La vida nos da hijos para que revisemos la manera de ver la vida, porque a esta edad tus chicos necesitan tu mirada de la vida, dice Roberto Pérez en una de sus conferencias. Si tenés una mirada materialista de la vida, eso les contagiás, si tenés una mirada espiritual de la vida, eso les contagiás. Los chicos en su libertad harán lo que sea pero qué rico que los referentes que tenga les enseñen a ver la profundidad de la vida y no la superficialidad.

Así también lo expresa el pensamiento de Carl Jung: “La mayor influencia psicológica en la vida de los hijos es la vida no vivida de los padres”.

Cuando los padres pierden el entusiasmo por vivir y no son agradecidos con la vida, les contagian lo mismo a sus hijos. Si un padre vive quejándose todo el tiempo, lo único que logra es transmitir la inconsistencia y lo desagradable que es ser adulto. Esto influirá en la adolescencia que se prolonga, porque los niños no quieren crecer ante la imagen negativa del futuro que les espera. Por eso, los padres deberían intentar todo el tiempo ver la realidad desde un lado positivo para contagiar optimismo a los hijos; así ellos sienten la fuerza, la energía de aventurarse a lograr sus sueños.